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Por
mi cumpleaños Daniel me regaló un reloj. El regalo, en realidad, fue conjunto
por parte de Daniel y sus padres, pero digo que me lo regaló él, porque fue
quien decidió el regalo: un reloj, insistió. Su madre le propuso algunas
opciones y él se pronunció con empecinamiento. Abrimos juntos la cajita. No sé
quién estaba más contento, si yo, por el regalo y por saber que lo había
elegido Daniel con tanta determinación, o él.
Hace
unos días fue el cumpleaños de Rocío, una amiga y compañera de colegio de “toda
la vida”. Daniel le llevó un regalo personal, con su rosa y todo. Vimos
fotografías de la fiesta en el cole. No sé quién estaba más contento, cuando
Daniel le entregó el regalo a Rocío. Yo creo que Daniel.
La
semana pasada la tía llevaba puesto el bonito reloj rojo que le regaló Daniel.
Le dije, mira, mira, que reloj tan chulo tengo, ¿quién me lo ha regalado? YO, fue la rotunda respuesta de Daniel.
Yo, un pronombre que no había
verbalizado hasta hace muy poco. Hasta hace unos meses, no muchos, cuando
Daniel se refería a sí mismo lo hacía por su nombre y en tercera persona. Si le
preguntabas, por ejemplo, (disculpad mi devoción): ¿quién es el tipo más guapo
del mundo? El, con cierta coquetería chistosa en la expresión, decía “Daniel”.
Repetí una vez más la pregunta no hace mucho. YO, fue su respuesta, antes de
soltar una carcajada, traducción de “si tú lo dices tanto, va a ser al final verdad”.
Nombrar
es fundamental. Nombrando emitimos un mensaje que actúa como un espejo en el
que reconocernos y reconocer lo que nombramos. Nombrar es gestionar realidad.
Por eso, creo yo, a esta capacidad pronominal por parte de Daniel le ha ido
acompañando una cada vez más definida toma de iniciativas propias. En muchas
cuestiones, ya no espera a que se le proponga una actividad, una tarea, una
distracción … Daniel pide, reclama, elige por iniciativa personal. Hace valer
su YO. Otro gran paso para todos.
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