Cuando Daniel era pequeño tuvo un
abrigo de color verde, a cuadros. Era muy alegre y bastante práctico, pero aun así hubo que
hacerle alguna adaptación para que resultara más fácil ponerlo y quitarlo, sin
necesidad de sacar a Daniel de su carro adaptado. Entonces todavía ni siquiera
era aún precisa la silla de ruedas, como tal, Daniel tenía más bien un supercarro
de niño con sus adaptaciones pertinentes. En el carro era menos complicado que
luego en la silla de ruedas movilizarle lo necesario para ponerle o quitarle
ropa de abrigo. Y aun así, fue un hallazgo aquella adaptación del abrigo verde
que hizo la tía abuela Casimira, consistente en abrirle una cremallera por la
espalda. Así el abrigo quedaba en dos partes simétricas que con cierta
facilidad se manipulaban en caso necesario. Es la adaptación clásica de un
abrigo para personas con movilidad reducida. Pero no ha sido nada habitual
encontrar ropa hecha ya con estas adaptaciones, u otras como las aberturas
laterales y para pantalones que
faciliten la colocación o retirada de dafos (férulas) y empapadores, o los
pantalones con altura diferente en la cintura por la parte delantera y trasera
(para la posición de sentado en silla de ruedas), o también los pantalones
forrados en invierno, para evitar que las piernas inmóviles se queden excesivamente
frías, las mangas más anchas para poder manipular un brazo con espasticidad, o
las manoplas en vez de guantes, etc, etc.
La casi no existencia de esta ropa
adaptada desde su fabricación indica bien a las claras el profundo desconocimiento
de la sociedad del día a día de una persona con discapcidad. Vestirse es un
gesto tan elemental, que no pensar en qué necesitarán para hacerlo aquellas
personas que tienen ciertas dificultades de movilidad denota nuestra ignorancia
supina, nuestra despreocupación. Y también nuestra pusilanimidad, porque ser consciente del problema e intentar desarrollar soluciones adecuadas, lejos de ser algo extraño
y minoritario, un tema medio tabú que atañe a gente con “taras” físicas, puede ser
realmente un negocio perfectamente sistematizado. Van apareciendo ya algunas iniciativas, cada vez más, es cierto, ligadas a un cierto cambio de mentalidad. Algunas
marcas que trabajan diversos elementos de ayuda a la discapacidad han incorporado
a sus productos la ropa. Y otros están naciendo directamente para solventar
esta necesidad. Curiosamente, en estos casos, casi siempre vienen impulsados
por mujeres. Una de las últimas que hemos conocido en lo que ya va siendo un incipiente mercado
es Don´t stop me, que entre sus
intenciones en cuanto a ropa adaptada se refiere plantean la de que esta sea
estéticamente lo más similar posible a cualquier otra (igual de bonita, igual
de cómoda, etc) y con precios también similares (porque, también en este
terreno, como en otros tantos, el tema de la carestía ha sido algo bastante
habitual).
No hay comentarios:
Publicar un comentario