Lo contaba Inma,
entre cabreada y agradecida, el otro día en Facebook. Al llegar a casa por la
tarde se encontraron con que no funcionaba el ascensor. Era sábado. Y sábado en
mitad del puente de Reyes. Unos vecinos habían estado una hora encerrados en el
ascensor colgado, con una niña de meses. El técnico de mantenimiento los
acababa de sacar, cuando llegaron Daniel y sus padres. La avería iba a tardar
en ser reparada, les dijo, cuando Inma le señaló que Daniel necesitaba utilizar
el ascensor para llegar a casa. La razón de la demora en la solución al problema que
impedía funcionar al ascensor no estaba en su gravedad o en la necesidad de
reparar o reponer piezas complicadas. El técnico tenía que acudir a otra
comunidad de vecinos a sacar de otro ascensor colgado a otras personas
encerradas en uno de estos túneles de
oscuridad entre la tierra y el cielo por donde discurren habitualmente los
ascensores que no están en Dubay, por
ejemplo. No podía el ciudadano profesional técnico de mantenimiento de
ascensores quedarse en ese momento a poner en marcha de nuevo el artilugio
electrónico en el edificio de Daniel y sus padres, y tampoco podía entretenerse
a hacer ascender el ascensor por
procedimiento mecánico (los técnicos profesionales tienen ese poder) para que
Daniel y sus padres no tuvieran que esperar entre dos y tres horas más a volver
a casa (eran ya casi las ocho de la tarde). Lo curioso y lamentable de la situación, lo que realmente chirria, es
la actitud del profesional transfiriendo su responsabilidad al vecino que decía
le acababa de decir a él, a su vez, que bajaba ahora para ayudar al padre de
Daniel a subir al chaval (de una parte) y la silla –pesada- (de otra parte). Y
también chirría mucho que la empresa no prevea más personal de guardia para la
zona en un día no laborable. La empresa racanea en el servicio, con lo cual le
pasa a los trabajadores el mal rollo de no cumplir adecuadamente con las
necesidades de los ciudadanos en cuanto a sus prestaciones contratadas y
entonces éstos a su vez transmiten su desgana y desidia a los últimos de la
cadena. En esta ocasión Daniel, un chaval con parálisis cerebral que no puede
subir escaleras, y su familia; pero podía haber sido un bebé en carrito, o una
persona mayor que no puede subir escaleras, etc. Si vivimos en vertical, porque el precio del
suelo y la política urbanística no nos permite vivir de otra manera, al menos
deberíamos tener bien atendidas las eventualidades que pueden presentarse por
ello. Eso, o nos enseñan a trepar como Spiderman, o alguien inventa lo antes posible sillas de ruedas voladoras. En fin, no es
tolerable que las empresas privadas que prestan servicios a la comunidad (sea
el que sea) estén precarizando estos servicios cada vez más. Pero tampoco es
tolerable la falta de empatía por parte de los ciudadanos respecto a otros
ciudadanos, sean técnicos de ascensores o conductores de autobús en fuga, o
abogados o funcionarios públicos, o la señora Rita, vamos, que da lo mismo. Si
cedemos ante la racanería y abusos de las empresas y del capitalismo, pequeño o
grande, manifestando sus mismas actitudes, estamos perdidos. Definitivamente,
amigos.
Menos mal que no
siempre es así. Menos mal que frente a la indiferencia de uno, la otra tarde
apareció la generosidad y la empatía de cuatro: los vecinos que ayudaron a
subir a Daniel y su silla hasta casa, a patita y a brazos. Con más esfuerzo,
eso sí, de lo que le hubiera costado a uno sólo usando la tecnología. Pero en
fin, es lo que hay. De verdad que ojalá que el señor profesional técnico de
mantenimiento de ascensores nunca se vea en la necesidad de que tengan que
subirlo hasta su casa a brazadas sus vecinos.
Y para no acabar en tono melodramático, os contaré que el zangolotino de Daniel se lo pasó genial con la aventura, ajeno él a todas las trabas e impertinencias sociales que se empeñan constantemente en llenar su y nuestra vida de chinitas. Con su espíritu temerario, el revuelo del vencindario a punto de llamar a policías y bomberos fue para él toda una excitante experiencia de riesgo.
Sé que Inma ha dado las gracias a todos los que ayudaron. Pero desde aquí nuevamente gracias, por la generosidad del sábado, pero también porque la comunidad va a reclamar a la empresa un servicio más ajustado a las necesidades de todos los vecinos, y esta es la única actitud que puede convertir en realidad una convivencia inclusiva para todos. No olvidéis que, cuando menos, y si todo va bien, viejitos con algunas discapacidades seremos todos algún día.
Feliz Año.
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