jueves, 25 de febrero de 2016

Transporte inadaptado

Solamente he subido una vez a un autobús urbano con Daniel en su silla de ruedas. Fue hace ya unos cuantos años.  La norma de adaptabilidad para el transporte urbano existe. Pero las condiciones reales y cotidianas la desmienten sistemáticamente. Como hay tantos frentes en los que pelear, día a día, situación a situación, hecho a hecho, necesidad a necesidad, terminas por priorizar, por abordar lo más urgente para ti, lo más perentorio. En nuestro caso, como los centros públicos de Educación Especial cuentan con transporte escolar y el monovolumen familiar se adaptó hace ya años con rampa manual, es verdad que el tema del transporte urbano no ha sido un tema de primera fila de combate. Sencillamente hemos eludido sus dificultades y nos hemos apañado de otra manera.

Aquella vez que Daniel y yo fuimos en autobús urbano tomamos la línea 24 de Zaragoza. Fuimos a ver teatro en la ya desaparecida librería El pequeño teatro de los libros.

No todos los autobuses de la flota urbana cuentan con plataforma mecánica de acceso para las sillas de ruedas. Pero casi todos tiene una carrocería lo suficientemente baja como para que la silla no automática de Daniel pueda ser empujada desde la acera para subir al autobús, o al contrario. Daniel estaba entusiasmado. No paraba de decir “bus”, “bus”. Era una aventura nueva. Además teníamos una larga distancia que recorrer, prácticamente de principio a final de línea.

Cuando llegó el vehículo, ya vi cómo el conductor fruncía el ceño. Abrió la puerta y casi al mismo tiempo me dijo que no creía que pudiéramos subir. Le pregunté por qué. Me dijo que no tenía rampa. Le contesté que no veía el problema. El autobús contaba con una zona dedicada a las sillas de ruedas y carritos de niños, y yo podía subir la silla por mis propios medios. Quiso aclararme que había paradas en las que el descenso podía ser muy complicado, que no me lo aconsejaba. Le pregunté qué cuáles eran. Le indiqué la parada en la que debíamos apearnos, señalándole que me habían informado de que era practicable para la silla. Suba ya, se impacientó, porque mientras conversábamos ya habían pasado unos minutos y los demás viajeros ya estaban acomodados en el interior del autobús. Subimos. Arrancó sin darme  tiempo a llegar a la zona de anclaje de la silla, y eso que me di prisa, que ni siquiera me detuve a pagar. Lo hice después, cuando acomodé como pude la silla, la anclé y me aseguré de que Daniel no corría peligro.

Tuvimos un trayecto feliz nosotros dos. Daniel se lo pasó pipa, nos reímos, íbamos contando las cosas que veíamos, e incluso, cómo no, cantamos. Quizás fue por eso que cuando íbamos a llegar al destino, el señor conductor llamó mi atención para explicarme que mejor no bajáramos en la parada que me habían dicho, que lo hiciéramos en la posterior, donde estaba mejor dispuesta la acera, y que la distancia hasta la calle donde íbamos era muy parecida. Le di las gracias. Nos preparamos y bajamos sin ningún percance, dispuestos a seguir disfrutando con el teatro. Pero, como podéis comprobar, han pasado los años y no se me olvida el mal rato que nos hizo pasar el transporte urbano de nuestra ciudad.

Estos días es noticia de portada en todos los medios la campaña de El Langui. Menos mal que de vez en cuando ya va cobrando visibilidad y notoriedad alguna de las personas con diversidad funcional, y gracias a ello las condiciones de desigualdad y discriminación en las que se desarrolla habitualmente el día a día de sus vidas se hace patente y alcanza eco. En este caso la protesta se ha centrado en la prohibición por parte de la compañía de transporte interurbano de Madrid sobre el acceso a los autobuses de las motos eléctricas que muchas personas con movilidad reducida emplean ya. La tecnología ayuda cada vez más a paliar muchas dificultades en las vidas de estas personas. Pero la tecnología sin posibilidades de inserción social no es casi nada. Parece que en el caso concreto del transporte interurbano de Madrid el tema se va solucionar. Ojalá así sea; la gente que vivimos en contacto con la diversidad funcional tendemos a pensar que todo es posible, por supuesto.

Pero en general esta situación no se produce sólo con este tipo de sillas. La norma existe, sí. Los carteles lo señalan, sí, en casi todos los vehículos urbanos de mi ciudad. Pero personalmente casi nunca veo una persona en silla de ruedas dentro de un autobús. Un silla de ruedas del tipo que sea: manual, eléctrica, plegable … Si hago memoria en el último año, sólo recuerdo una vez. La norma existe, pero la realidad se la salta sistemáticamente: yo he visto autobuses pasar de largo, sin parar, al ver que en la parada había una persona en silla de ruedas…

El ciclo de las frecuencias que no contempla paradas largas que permitan la maniobra de subir al vehículo con una silla de ruedas, las rampas que no funcionan, o que se dice que no funcionan, y desde luego la poca solidaridad, la casi nula empatía. Es una queja habitual, creo que bastante expresada públicamente y de forma reglamentaria ante el ayuntamiento. Pero no han generado reacción efectiva por parte de ningún responsable a ningún nivel.


Existen autobuses adaptados. Pero ese es otro tema. Porque se trata de un transporte que hay que solicitar con mucho tiempo, para el que suele existir lista de espera, que hace rutas un poco a medida de los usuarios que lo están utilizando en unos momentos dados… Y en cualquier caso, lo uno no resta lo otro, o no debería.

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