Veréis, como ya
es connatural a mi y mi tiempo (que al final somos más o menos la misma cosa),
tengo varios asuntillos en el baúl de este blog, de esos de índole
social-conflictivo porque se refieren a los artefactos ortopédicos y sus
precios y el asunto de los copagos, a las dificultades para la incorporación al
periodo adulto de la vida por parte de las personas con diversidad funcional (sean cuáles sean sus posibilidades), la falta de colegios de educación especial (aunque
bien mirado no debería existir ninguno, pues tendríamos que estar hablando de
colegios inclusivos …) En fin, no me da la vida (no me da el tiempo). Estas
últimas semanas aún menos que lo habitual, por razones laborales y familiares.
Pero si la vida es tozuda, creo que yo no le voy a la zaga. Y sigo intentando
multiplicar las horas. Ya perdonaréis la falta de continuidad, la dispersión …
y también esta introducción tan petarda y plomo, que sólo se justifica para
concluir que vamos a hablar de otras cosas ….
Las tardes con Daniel son como un musical. Todo lo
hacemos con música y/o cantando: cambiar de ropa, bañar, merendar … Los gustos musicales de mi sobrino me han llevado, igual que otras cuestiones de su carácter y su
vida, a pensar que soporta muy mal las cosas banales. Vamos, que no está por malgastar
el tiempo. No sé cómo vino, pero antesdeayer apareció de refilón aquella canción, creo
que de los setenta, que se llamaba “El vals de las mariposas”. Como la melodía
es pegadiza parecía que le hacía gracia. Pero rápidamente, en lo que cuenta un
minuto, dijo que puf… Y reclamó su amadísimo “hipo húngaro”, o sea la Danza
Húngara 5 de Brahms (ya os hemos hablado de esto). Por n elevada a un millón de
veces la escuchamos. Y luego … ¡un nuevo top en la lista de preferencias de
Daniel!: la obertura de Guillermo Tell, de Rossini.
Aclararé también, como ya sabéis, que no es que a
Daniel sólo le pirre la música clásica: es un amante devoto y emocionado de la
jota (jota aragonesa, dice él), de algunas de cuyas coplas se sabe fragmentillos
de las letras (incluso) y las canta (incluso) … , y también es un entregado sin
límites a la charanga o un oyente selectivo de rock&roll y pop … A lo que me refiero cuando digo que
los gustos musicales de Daniel delatan que no está por la banalidad es que la
música que le gusta tiene siempre carácter, nunca es indiferente.
Esta fotografía se la tome mientras seguía en la
pantalla del ordenador las evoluciones del corto animado clásico de Disney
sobre la obertura de Guillermo Tell. Ya aludimos en un post anterior que esta
colección histórica de la factoría Disney es –a pesar de todos los anacronismos
que incluye y que hoy en día chirrían bastante- una imprescindible referencia para
la animación. A Daniel le gustan bastante, y sigue los cortos animados muy bien en su
desarrollo narrativo. Desde hace mucho tiempo vengo observando cómo la música
le ayuda a comprender los relatos. Es como si para él esa función de la música
en el cine, de refuerzo de la intención del relato, o de anticipación del
mismo, etc … tuviera una importancia ineludible. Necesita de alguna forma ese apoyo
“climático”. Igual que cuando le narras o lees un relato: si lo haces en tono
monocorde parece costarle conectar con el desarrollo argumental. Si vas
apuntalando el relato con una adecuada entonación, marcando tiempos, diferenciando
voces, etc., entonces disfruta una barbaridad.
En fin, son cosas que una piensa para intentar
comprender lo mejor posible el funcionamiento de su cerebro, que es igual y no
igual al de un cerebro sin daño. Así puedes ir encontrando las formas y los
instrumentos más adecuados para que Daniel pueda acceder a la información, a la
música, al aprendizaje … Por ejemplo, respecto a las películas, si la música tiene protagonismo, mejor, como decimos; igualmente parece seguir con más facilidad la animación
que el cine rodado con personas reales (yo creo que se debe a que el dibujo es visualmente más nítido, y así Daniel puede “procesar” la información precisa
en el tiempo adecuado para seguir la historia sin perderse); y también le
resulta más fácil la animación que no intenta de alguna manera “imitar” la
acción cinematográfica, sino aquella que mantiene el carácter de historieta. Bueno, lo cierto es que no es un ejercicio muy diferente al que siempre debemos hacer para saber cuál es la mejor actitud de cada uno para comprender, aprender y aprehender. Dar con ella a menudo es fundamental en nuestras vidas.
En cualquier caso, lo que siempre importa al final es
poder ver en Daniel ese rostro de felicidad.
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