domingo, 10 de abril de 2016

Banal, no gracias

Veréis,  como ya es connatural a mi y mi tiempo (que al final somos más o menos la misma cosa), tengo varios asuntillos en el baúl de este blog, de esos de índole social-conflictivo porque se refieren a los artefactos ortopédicos y sus precios y el asunto de los copagos, a las dificultades para la incorporación al periodo adulto de la vida por parte de las personas con diversidad funcional (sean cuáles sean sus posibilidades), la falta de colegios de educación especial (aunque bien mirado no debería existir ninguno, pues tendríamos que estar hablando de colegios inclusivos …) En fin, no me da la vida (no me da el tiempo). Estas últimas semanas aún menos que lo habitual, por razones laborales y familiares. Pero si la vida es tozuda, creo que yo no le voy a la zaga. Y sigo intentando multiplicar las horas. Ya perdonaréis la falta de continuidad, la dispersión … y también esta introducción tan petarda y plomo, que sólo se justifica para concluir que vamos a hablar de otras cosas ….

Las tardes con Daniel son como un musical. Todo lo hacemos con música y/o cantando: cambiar de ropa, bañar, merendar … Los gustos musicales de mi sobrino me han llevado, igual que otras cuestiones de su carácter y su vida, a pensar que soporta muy mal las cosas banales. Vamos, que no está por malgastar el tiempo. No sé cómo vino, pero antesdeayer apareció de refilón aquella canción, creo que de los setenta, que se llamaba “El vals de las mariposas”. Como la melodía es pegadiza parecía que le hacía gracia. Pero rápidamente, en lo que cuenta un minuto, dijo que puf… Y reclamó su amadísimo “hipo húngaro”, o sea la Danza Húngara 5 de Brahms (ya os hemos hablado de esto). Por n elevada a un millón de veces la escuchamos. Y luego … ¡un nuevo top en la lista de preferencias de Daniel!: la obertura de Guillermo Tell, de Rossini.

Aclararé también, como ya sabéis, que no es que a Daniel sólo le pirre la música clásica: es un amante devoto y emocionado de la jota (jota aragonesa, dice él), de algunas de cuyas coplas se sabe fragmentillos de las letras (incluso) y las canta (incluso) … , y también es un entregado sin límites a la charanga o un oyente selectivo de rock&roll  y pop … A lo que me refiero cuando digo que los gustos musicales de Daniel delatan que no está por la banalidad es que la música que le gusta tiene siempre carácter, nunca es indiferente.



Esta fotografía se la tome mientras seguía en la pantalla del ordenador las evoluciones del corto animado clásico de Disney sobre la obertura de Guillermo Tell. Ya aludimos en un post anterior que esta colección histórica de la factoría Disney es –a pesar de todos los anacronismos que incluye y que hoy en día chirrían bastante- una imprescindible referencia para la animación. A Daniel le gustan bastante, y  sigue los cortos animados muy bien en su desarrollo narrativo. Desde hace mucho tiempo vengo observando cómo la música le ayuda a comprender los relatos. Es como si para él esa función de la música en el cine, de refuerzo de la intención del relato, o de anticipación del mismo, etc … tuviera una importancia ineludible.  Necesita de alguna forma ese apoyo “climático”. Igual que cuando le narras o lees un relato: si lo haces en tono monocorde parece costarle conectar con el desarrollo argumental. Si vas apuntalando el relato con una adecuada entonación, marcando tiempos, diferenciando voces, etc., entonces disfruta una barbaridad.

En fin, son cosas que una piensa para intentar comprender lo mejor posible el funcionamiento de su cerebro, que es igual y no igual al de un cerebro sin daño. Así puedes ir encontrando las formas y los instrumentos más adecuados para que Daniel pueda acceder a la información, a la música, al aprendizaje … Por ejemplo, respecto a las películas, si la música tiene protagonismo, mejor, como decimos; igualmente parece seguir con más facilidad la animación que el cine rodado con personas reales (yo creo que se debe a que el dibujo es  visualmente más nítido, y así Daniel puede “procesar” la información precisa en el tiempo adecuado para seguir la historia sin perderse); y también le resulta más fácil la animación que no intenta de alguna manera “imitar” la acción cinematográfica, sino aquella que mantiene el carácter de historieta. Bueno, lo cierto es que no es un ejercicio muy diferente al que siempre debemos hacer para saber cuál es la mejor actitud de cada uno para comprender, aprender y aprehender. Dar con ella a menudo es fundamental en nuestras vidas.


En cualquier caso, lo que siempre importa al final es poder ver en Daniel ese rostro de felicidad.

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