El lunes por la tarde estuvimos en el Hospital Infantil de Zaragoza para leer durante un rato algunos cuentos a los chicos que quisieron y pudieron escuchar. Es una actividad que organizan Aspanoa y la Asociación Aragonesa de Escritores, (con la coordinación de la escritora Pilar Callizo) que en esta ocasión se encuadra dentro de los actos de la Feria del Libro, como una forma de integrar a los chicos hospitalizados en esta celebración cultural y ciudadana (que además siempre suele tener en los niños una buena parte de su razón de ser), y que yo creo deberíamos mantener con más asiduidad, independientemente de las grandes fechas.
Mientras nos dirigíamos a la zona donde iban a venir los niños para la sesión de lectura de cuentos, Elena, la coordinadora de Aspanoa que nos acompañaba, me preguntó si había estado alguna vez en una planta de hospitalización infantil. Contesté que sí, que bastantes veces; bueno, no tantas, rectifiqué, pero sí, he estado bastante, dudé. Me olvidé de su pregunta y de mi comentario, luego. Pero al cabo de un par de días he vuelto a ello de una manera inconsciente.
Nuestro cerebro sabe de nosotros mucho más que nosotros mismos. Esta mañana, al recapacitar sobre la fecha del calendario, he transformado en consciencia mi sentimiento inconsciente. Siempre por estas fechas retornan las imágenes, precisamente, de días transcurridos en ese Hospital Infantil al que fui de visita el lunes. Aquella vez no estábamos allí por Daniel. Pero lo cierto es que con Daniel hemos visitado ese mismo Hospital y permanecido en él durante un puñadillo de ocasiones. Sus padres más, claro. Una procura en cualquier caso ayudar en lo posible.
He pensado también en mi respuesta dubitativa a Elena, porque es como si hubiera tendido en ella a minimizar las experiencias vividas.
Conocemos, sí, las plantas del Hospital Infantil. Hace días que pienso sobre cómo se han ido integrando ya en la normalidad todas las experiencias vividas en estos años. Cuando recapitulo sobre temas y cosas que traer al blog, cosas y temas que puedan ser de un mínimo interés general, me voy dando cuenta de que en los últimos tiempos tiendo a centrarme más en las situaciones cotidianas, pequeñas, casi anecdóticas. Como si las vivencias duras o costosas hubieran quedado atrás, en otro "status". Acaso de alguna manera lo han hecho. Porque las dificultades también han sido incorporadas a la cotidaneidad y ya no suscitan la misma perplejidad, rebeldía o ansiedad que antaño. No lo hacen ni las dificultades más personales, más de la vida diaria, ni las que nos atañen en cuanto parte de un colectivo. Sucede así. No porque los problemas no existan, ya digo. Sino porque los problemas se conocen y hemos desarrollado instrumentos y herramientas, que antes no teníamos, para afrontarlos . Por eso ya no parecen ocupar un lugar principal, supongo.
Pero no es así de una manera objetiva. Y quizás algunos artículos de este blog deberían recuperar esa rebeldía del principio. No son buenos tiempos para eludir según qué cuestiones. No son tiempos para olvidarnos de que hay mucha gente que empieza a recorrer ahora el camino que otros ya llevamos tiempo andando, y que ellos seguramente (y a pesar de la progresión en positivo que hemos vivido en esta década en muchos aspectos de la socialización e integración de la diversidad funcional permanente o transitoria) se van a encontrar con las mismas angustias, parecidas preguntas, similares desconciertos. Sobre todo si atañen a los niños. Se encontrarán todo éso sobre el terreno, en el día a día. Pero también se lo encontrarán en sus emociones, en sus pensamientos.
Uno de los compañeros que estuvieron el lunes en la planta de Oncología del Hospital Infantil de Zaragoza, cuando salíamos ya, exclamó bajito: jo, los padres, también... Lo decía, seguro, porque a los padres con los que estuvimos no se les notaba para nada el dolor, ninguno mostraba la más mínima línea de derrota. Y a uno le brotaba la ternura y la empatía a borbotones, tanto que había que sujetarlas incluso para no distraer con ellas el frágil equilibrio que nos mantiene de una pieza en situaciones así. Y está bien, digo, sujetarse. Pero creo que también puede estar bien que se sepa que sí, que hay momentos muy duros. Somos a menudo en exceso asépticos. La vida es como es. Tercamente. Y también, sí, empáticamente.
Y enhorabuena a Aspanoa, por todo el trabajo y por toda la solidaridad desplegados.
Nuestro cerebro sabe de nosotros mucho más que nosotros mismos. Esta mañana, al recapacitar sobre la fecha del calendario, he transformado en consciencia mi sentimiento inconsciente. Siempre por estas fechas retornan las imágenes, precisamente, de días transcurridos en ese Hospital Infantil al que fui de visita el lunes. Aquella vez no estábamos allí por Daniel. Pero lo cierto es que con Daniel hemos visitado ese mismo Hospital y permanecido en él durante un puñadillo de ocasiones. Sus padres más, claro. Una procura en cualquier caso ayudar en lo posible.
He pensado también en mi respuesta dubitativa a Elena, porque es como si hubiera tendido en ella a minimizar las experiencias vividas.
Conocemos, sí, las plantas del Hospital Infantil. Hace días que pienso sobre cómo se han ido integrando ya en la normalidad todas las experiencias vividas en estos años. Cuando recapitulo sobre temas y cosas que traer al blog, cosas y temas que puedan ser de un mínimo interés general, me voy dando cuenta de que en los últimos tiempos tiendo a centrarme más en las situaciones cotidianas, pequeñas, casi anecdóticas. Como si las vivencias duras o costosas hubieran quedado atrás, en otro "status". Acaso de alguna manera lo han hecho. Porque las dificultades también han sido incorporadas a la cotidaneidad y ya no suscitan la misma perplejidad, rebeldía o ansiedad que antaño. No lo hacen ni las dificultades más personales, más de la vida diaria, ni las que nos atañen en cuanto parte de un colectivo. Sucede así. No porque los problemas no existan, ya digo. Sino porque los problemas se conocen y hemos desarrollado instrumentos y herramientas, que antes no teníamos, para afrontarlos . Por eso ya no parecen ocupar un lugar principal, supongo.
Pero no es así de una manera objetiva. Y quizás algunos artículos de este blog deberían recuperar esa rebeldía del principio. No son buenos tiempos para eludir según qué cuestiones. No son tiempos para olvidarnos de que hay mucha gente que empieza a recorrer ahora el camino que otros ya llevamos tiempo andando, y que ellos seguramente (y a pesar de la progresión en positivo que hemos vivido en esta década en muchos aspectos de la socialización e integración de la diversidad funcional permanente o transitoria) se van a encontrar con las mismas angustias, parecidas preguntas, similares desconciertos. Sobre todo si atañen a los niños. Se encontrarán todo éso sobre el terreno, en el día a día. Pero también se lo encontrarán en sus emociones, en sus pensamientos.
Uno de los compañeros que estuvieron el lunes en la planta de Oncología del Hospital Infantil de Zaragoza, cuando salíamos ya, exclamó bajito: jo, los padres, también... Lo decía, seguro, porque a los padres con los que estuvimos no se les notaba para nada el dolor, ninguno mostraba la más mínima línea de derrota. Y a uno le brotaba la ternura y la empatía a borbotones, tanto que había que sujetarlas incluso para no distraer con ellas el frágil equilibrio que nos mantiene de una pieza en situaciones así. Y está bien, digo, sujetarse. Pero creo que también puede estar bien que se sepa que sí, que hay momentos muy duros. Somos a menudo en exceso asépticos. La vida es como es. Tercamente. Y también, sí, empáticamente.
Y enhorabuena a Aspanoa, por todo el trabajo y por toda la solidaridad desplegados.
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