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En muchas ocasiones os he
mostrado fotografías de Daniel sonriente y como encantado, todo atención,
mientras escucha alguna pieza musical. Hace unos días leí este artículo, que
habla sobre cómo nuestro cerebro se ilumina “como un árbol de navidad” cuando
escuchamos música: https://www.tendencias21.net/El-cerebro-se-ilumina-como-un-arbol-de-navidad-cuando-escuchamos-musica_a45529.html
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Imagen de un cerebro escuchando a Chopin |
Los científicos aseguran que la música es la actividad que
pone la totalidad de las áreas de nuestro cerebro a trabajar a la vez. Más de
una vez, cuando observo a Daniel, a través de sus expresiones faciales y gestos
corporales, seguir los desarrollos musicales, anticiparse a las variaciones de
tiempo, de ritmo, me imagino esa cabeza suya llena de luminosa alegría, de
incontrolables emociones o de concentrada placidez.
La música nos ha regalado uno de
los caminos principales para ayudar a Daniel y ayudarnos. Específicamente la
práctica muy temprana de musicoterapia (Daniel tenía apenas dos años cuando empezó y ya la profesora alucinaba con su interés y voluntad de esforzarse por sacar sonido de cualquier instrumento), las sesiones de Tomatis, y, desde
luego, escuchar música constantemente, cantar, bailar, lo que se nos ha puesto
por delante, han sido maneras de vehicular la comunicación con Daniel (que al
principio era difícil), de trabajar con él la atención y también las emociones,
que en su caso es algo un poquito complicado.
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Clase de música, en el CPEE Ángel Riviere |
Claro está que nuestra práctica
se ha basado en intuiciones, en observación, en rectificar lo que no
funcionaba, y siempre de una forma totalmente lúdica y lo más divertida posible,
adaptándonos a lo que a Daniel le resulta más cómodo, porque el carácter es un
valor y, por ejemplo, al gran disfrutador de las cosas que es Daniel le puedes
hacer propuestas serias, pero mejor que no sean tristes. Un síntoma de que tanto
él como su supercerebro han madurado es que ahora tolera mejor la música un poco
tristona, siempre y cuando la armonía, la melodía le gusten (y os aseguro que
tiene una capacidad innata brutal para distinguir la calidad). El tiempo durante
el que es capaz de seguir una música de estas características, sin rebotarse,
es un indicio relativo de la evolución de su capacidad de controlar emociones
(que es uno de los aspectos problemáticos, consecuencia del área afectada del
cerebro). La tristeza no le gusta un pelo. Así que en cuanto nota que una
sensación de tristeza se le puede ir de las manos y darle un mal rato, le oyes
exclamar un rotundo ¡no!: momento de cambiar de pieza a escuchar, señores míos,
sin dilación.
La música nos ha ayudado y nos
ayuda a muchas otras cosas con Daniel. Estoy convencida de que (junto a los
delfines y su lenguaje, y por supuesto, y sobre todo, gracias a los años de
logopedia) tiene mucho que ver con que Daniel haya conseguido expresarse oralmente, a su manera. Cantando se relaja y si sus músculos están relajados son más
controlables, también en la laringe. Cuando hace años no decía prácticamente
palabra, de vez en cuando le oías acompañarte con alguna de las que formaban
parte de la letra de una canción. Los pianos infantiles nos han ayudado a
provocar motricidad voluntaria en sus manos; la música de baile a mover un
poquito las piernas … en fin, que estaba claro, antes de poder ver imágenes de
cerebros iluminados por la música, que la música ha iluminado prácticamente
cada día de nuestro camino junto a Daniel.
Dejo por aquí, y como ejemplo (hay bastantes cosas útiles en la red para leer) este otro artículo, que creo bastante interesante, sobre neurorehabilitación desde la música: https://www.neurologia.com/articulo/2018021
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