domingo, 18 de agosto de 2019

Daniel en el cine


El jueves por la tarde tuvimos la primera excursión familiar al cine con Daniel, que se lo pasó muy bien. Daniel ha ido alguna vez al cine con el colegio; pero, aunque sí hemos hecho alguna incursión teatral con él en familia, el cine nos parecía más complicado. Nos daba la impresión de que, sin la motivación y estimulación de los demás amigos del cole, quizás se aburriera, si no conseguía seguir bien toda la historia o mantener la atención en la imagen durante tanto tiempo continuadamente. Pero, ya veis, afortunadamente, se van dando pasos. A nuestro ritmo, se van dando pasos.

Fue Jorge el que dijo de probar y ver qué pasaba. “Si responde bien, no se aburre ni se altera mucho, tendríamos una actividad más para las tardes de los sábados”, razonó el padre de mi sobrino. “Vamos a ver qué pasa; si se inquieta mucho, pues nos vamos y listo”. Pero no se inquietó; bueno, solamente un poquito al principio, porque no comenzaba la película nada más llegar a la sala. Esperar no es un verbo que Daniel conjugue. Casi ni se sobresaltó, a pesar del atronador audio (en los cines no piensan en absoluto en las personas con hiperacusia; bueno tampoco piensan en la sordera que pueden acabar produciendo en cualquiera de nosotros). De vez en cuando, Daniel interpelaba a su padre, y entonces éste le explicaba lo que estaba pasando y Daniel volvía a la película sin más. Salió un poco alucinado, pero en cuanto reconectó se mostró totalmente contento y feliz y con ganas de repetir.

Hemos tardado veinte años en conseguir de alguna manera normalizar una actividad que para casi todos es asequible desde muy temprana edad. Pero, la vida tiene muchos ritmos, aunque en general todo parezca querer uniformarnos en un único son. No sólo Daniel estaba contento a la salida del cine; todos lo estábamos, muy felices, por él y por todos nosotros.



No tengo ni idea, realmente, de lo que hay en la cabeza de Daniel (tampoco de lo que hay en la de casi nadie). Pero, su forma de estar e interesarse por la película me ha reafirmado en una impresión que tengo desde hace unos meses acerca de su evolución cognitiva. Daniel conocía la versión animada de la película (El Rey León); ha escuchado su banda sonora muchas veces. Es decir, existía una ligazón previa a ver esta versión nueva. Y tuve la misma sensación que tengo cuando ahora revisamos materiales y cosas que ya conocemos: en estos momentos capta más detalles, enlaza mejor las partes, comprende más los argumentos. Daniel realiza sus relecturas y descubre más cosas, porque ha madurado. Porque su cerebro ha madurado un poco más. No es muy diferente a lo que nos ocurre a todos con el paso del tiempo. Pero a otro ritmo, de nuevo a otro ritmo, y con otros condicionantes. Porque, aunque la “aculturización, o desaculturización, global” se empeñe, a todos no nos sirven las mismas cosas ni asimilamos la vida al mismo paso.




Volveremos al cine. Volveremos a mirar a Daniel más que a la pantalla, para cerciorarnos de que está bien, de qué le gusta o no, para ver sus reacciones y aprender de él y con él.


(Del asunto ubicación plazas para sillas de ruedas y demás en las salas de cine, hablaremos otro rato. Eso sí, el personal de las salas Palafox fue impecable en su disposición y trato, magníficos).

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