Tenemos
que aprender muchas cosas en relación a las personas con diversidad funcional y
su vida. Por ejemplo, debemos saber que los jóvenes con discapacidades motoras
y físicas y también intelectuales (que son, sin duda, todavía unos desconocidos
para la mayor parte de la sociedad) siguen siendo jóvenes, como todos los demás
de su edad, aunque cumplan 21 años. También debemos saber que, en su caso, no
todos (en la actualidad más bien muy pocos) encajan en las vías de salida que
el sistema ha pensado para cuando termina, en un momento entre los 18 y los 21
años, su escolarización reglada.
De
los 18 a los 21 años se desarrolla, en los centros de educación especial y
según un Real Decreto (ámbito nacional) que data ya de 1995, una etapa
denominada de Transición a la Vida Adulta (TVA), que ya no es obligatoria, pero
que es cumplimentada prácticamente por todos los alumnos que tienen posibilidad
de acceder a ella (depende de la oferta y la demanda de plazas, ya que no todos
los centros educativos –públicos y concertados- tienen implementada en sus
proyectos la TVA).
Concluida
la misma (o bien antes, si no se completa esta etapa) los chicos y chicas con
diversidad funcional pierden su vinculación con el sistema educativo y pasan a
depender del sistema asistencial. No parece muy lógico que esto ocurra de
manera general. Hay casos en que sí que será preciso (por el nivel de
afectaciones, necesidad de determinados cuidados, etc.) que así sea. Pero hay
otros muchos en que a los 21 años los chicos y chicas con diversidad funcional
siguen teniendo, como corresponde a su edad, muchas ganas de aprender, mucha
curiosidad por las cosas, y una necesidad de convivir y compartir experiencias con
gente de su misma generación. Insisto,
no me refiero a los jóvenes con discapacidad física, pero sin afectación o muy
poca en las funciones intelectuales, porque en estos casos, aunque con
dificultades y muchos inconvenientes, el sistema parece ya haber asumido que
debe incorporarlos a las vías habituales de enseñanzas superiores, por ejemplo.
Me refiero a los jóvenes que nunca podrán caminar ese camino, pero que atesoran
y saben poner en desarrollo sus propias capacidades, a su manera y a su ritmo.
Tenemos
que aprender a no ser reduccionistas con todos aquellos que no pueden
incorporarse a la actividad social de una manera estándar, como cada vez lo
somos menos con quienes sí encajamos en dichos parámetros normalizados. Cuando los jóvenes con diversidad funcional motórica
e intelectual cumplen 21 años sólo tienen dos opciones: centro ocupacional o
centro de día. Centro ocupacional, o en el mejor de los casos, centro de empleo
especial, para aquellos que pueden desarrollar ciertas tareas sobre todo de
índole manual. Centro de día para los que no pueden llevar a cabo esas labores.
Pero, ¿y el pensamiento? ¿y las emociones? ¿y el aprendizaje de conceptos,
nociones de toda índole, relaciones humanas, etc.? ¿el desarrollo personal?
Trabajos en el huerto del colegio |
Os
cuento. Estamos preocupados. En dos años, como mucho, si nada cambia, se
terminará el periodo escolar de Daniel. Daniel no puede manipular con las
manos. Daniel va en silla de ruedas. Pero Daniel está aprendiendo a cantar y se
pirra con la música; a Daniel le gusta hacer deporte; a Daniel le gusta la
historia, la geografía, las narraciones, la informática y la astronomía. No es muy aficionado a las matemáticas, pero va aprendiendo. Los experimentos le molan más. Y ahora que va
ganando en capacidad oral y que, por lo tanto, puede comunicar mejor e
interactuar mejor con sus inquietudes ante los demás, tiene por delante unos
años magníficos para seguir avanzando en lo que, en su caso, llena su tiempo:
aprender, sentir, ampliar su rico mundo interior y compartirlo. Daniel no encaja ni en un centro de día ni en
un centro ocupacional. Desde el comienzo de nuestra búsqueda hemos visto con
claridad que necesitábamos algo lo más parecido posible al colegio. En sí, eso
no existe. Es verdad que hemos encontrando profesionales en las instituciones a
las que debería acceder en el futuro que nos aseguran que se atiende a cada
joven según su propio perfil, y que no se abandonará la formación de Daniel, no
se dejará en barbecho su hambre de saber. Lo agradecemos mucho. Pero esto no
puede ser cuestión de voluntad de los profesionales. Los jóvenes con
discapacidades físicas e intelectuales, que maduran más tarde, que
necesariamente tendrían que prolongar su aprendizaje más tiempo precisamente
por ello, está claro que merecen un tiempo de escolarización mas prolongado que
el que ofrece el sistema actualmente.
Si
los chicos y chicas sin problemas pueden acabar sus estudios hoy en día, en
muchos casos, cuando andan rozando la treintenta, ¿alguien me puede decir por
qué nuestros jóvenes diversos funcionales no merecen, por lo menos, lo mismo? Establecemos para ellos una vía diferente de educación, argumentando la necesidad de adaptar el curriculum a sus necesidades especiales, pero nos quedamos a medias. Soy consciente de que no todo se puede hacer a la vez, pero desde 1995 han pasado ya casi 25 años. Desde entonces, el ámbito de la
discapacidad y también de la educación especial han evolucionado positivamente en muchos factores y muchas de las condiciones
sociales y vitales en que se desenvolvían las vidas de las personas
involucradas. Muchas de estas condiciones han sido objeto de revisión desde
entornos institucionales, sociales, educativos, al aumentar el conocimiento y
comprensión sobre dichas condiciones. Pero, evidentemente, queda mucho por
explicar, mucho por aprender, mucho por reorganizar. Sin duda, una de esas
cuestiones es esta necesaria prolongación de la vida educativa de los jóvenes
más allá de los 21 años. Se hace necesario cambiar la norma y, claro,
recomponer conceptos presupuestarios.
Estamos seriamente preocupados, la verdad. Y muchas otras familias, también.
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