“Cambrils,
playa, Cambrils”.
Hablo
hace una hora con Inma, mi cuñada, mi hermana pequeña, la madre de mi sobrino
Daniel. Hablamos entrecortadas por la tristeza. El miércoles, antesdeayer,
volvieron de Cambrils. Hoy, me dice, Daniel se ha despertado reclamando “Cambrils,
playa”. Daniel no sabe lo que ha pasado en Barcelona, en Cambrils. Daniel es, y
siempre será, un ser inocente. Como tantos. Aunque su inocencia es, por sus
circunstancias, más radical, más pura.
Me
fui de Barcelona hace más años de los que recuerdo. Pero nací allí. Nunca he
dejado de sentir un vínculo profundo con la ciudad. Nací en la Plaza Real. Tan cerca
de la felicidad, tan cerca del terror. Mi inocencia se quedó en Barcelona, la
ciudad de mi infancia.
Pero
de una manera voluntaria, quiero en este instante recuperarla. Seguiré confiando, porque ayer y hoy la
gente, como siempre que una situación límite lo pide, fue y está siendo
mayoritariamente solidaria y buena.
El
dolor siempre es por las víctimas. Pero también es cierto que el dolor se
personaliza en los lugares que amamos, que tienen un significado colectivo,
compartido, un sólido y profundo valor cultural que nos une. El terror busca la destrucción tanto de unos
como de otros. Pero busca sobre todo la
destrucción de la inocencia, de la confianza, de la solidaridad.
Veo
por televisión a un chico que ayer estaba en el Club Naútico de Cambrils, en el momento de los
sucesos terroristas: “Siempre sucede lejos, hoy ha ocurrido aquí”. Triste y lúcido. La cercanía
del dolor no puede confundirnos. La herida propia no puede ocultar las heridas
que tantas veces se abren lejos, al otro lado del mismo mar en torno al que
hemos crecido como civilizaciones.
La
semana que viene iré a Cambrils. Con la misma esperanza y confianza con que
Daniel hoy reclamaba volver al lugar donde ha sido feliz, donde hemos sido y seremos felices. La vida
siempre se abre camino.
Fotografías de hace unos años. Daniel en la playa, en Cambrils:
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