El
próximo 24 de noviembre llega a Madrid (Teatro Español) La extinta poética, que
tuvo su estreno global en Zaragoza (Teatro Principal) hace algunas
semanas. Entonces ya dije que la obra me
había gustado una barbaridad. Hermosa, concreta, exacta, dinámica, aguda, a
ratos cruelmente divertida, con un lenguaje dramático que actúa como la
herramienta de un cirujano y que hace de la elipsis, utilizada como dinamita,
una metáfora vital (un lenguaje que a ratos me reconducía a brillantes momentos
del Absurdo). Con una escenografía radical y subversiva, pues convierte en
protagonistas aparatos que en el tiempo cotidiano y más aún en el tiempo del
arte procuramos esconder, como una grúa ortopédica utilizada con las personas
discapacitadas.
Lo
prometido es deuda. Dije que hablaría del tratamiento de la discapacidad en La
extinta poética y eso quiero hacer ahora. Me sorprendió por valiente y poco
convencional el enfoque con que se abordan los problemas de convivencia en el
seno de la familia que protagoniza la obra, en lo que se refiere al hecho de que
en ella se incluye una persona con un alto grado de discapacidad. Y digo
discapacidad, y no digo diversidad funcional, que es el término inclusivo
consensuado en la actualidad por los principales implicados. Y digo discapacidad,
aunque en coherencia con el tono de la obra debería decir como poco minusvalía,
retraso mental, inútil, o incluso monstruosidad.
Es
voluntad del lenguaje y del montaje teatral de La extinta poética dejar que
afluyan y fluyan las miasmas. La discapacidad, vista desde el lado oscuro del extrañamiento,
sirve como gran metáfora de la incapacidad de la sociedad para ayudar a crecer
a sus miembros, a los seres humanos, para hacerles ser y sentirse buenos con
los otros, para la empatía. En la obra cada personaje considerado
individualmente no es ni malo ni bueno, es malo y es bueno, está lleno de
matices (y digo con consciencia bondad y maldad, pocas ambigüedades podemos permitirnos ya) . Pero la relación con los demás es lo que agudiza lo malo y lo peor de
cada cual y su infelicidad. Porque falla el contexto y el medio. Porque el contexto y el medio
nos quiere así: convencidos de nuestra incapacidad, aupados en nuestra
desgracia, adictos a ella y a las muletas que nos sostienen en forma de
sustancias, egoísmo, consumo, mediocridad.
Uno
de los personajes representa a la hija con grave discapacidad. No hay
com-pasión para con ella. Pero la obra no habla de cada una de las familias que albergan a una
persona con discapacidad. La obra habla de todos nosotros, como sociedad
en general. Por eso hay indiferencia, cuando no desprecio hacia esa hija. Por
eso hay un evidente impotencia para hacerse cargo de ella. Por eso hay un
incapacitante sentimiento de culpa mezclado con un cruel desconocimiento, que
causa dolor al otro diferente pero también a quien experimenta dichos sentimientos. Por eso
ninguno de los otros personajes de La extinta poética quiere asumir su cuota de
responsabilidad para entre todos integrar a la hija discapacitada en su vidas y
hacer así quizás también más llevadera la vida de todos.
La
hija discapacitada es Ofelia. Ofelia alberga más vida y más capacidad de vida
que todos nosotros juntos. Ofelia es la belleza, la luz, el arte, la vida misma
tan frágil y tan poderosa por sí misma. Mientras los demás corren hacia el desquiciamiento entre sustancias, medicamentos de autoayuda, falsas ilusiones y autoengaños, la hija discapacitada crece y crece mientras ensaya como para sí misma todo el tiempo su gran papel de Ofelia.
Antes
de abandonar el lado de la verdad teatral, pues quiero terminar con un breve
apunte en el lado de la ficción real, no puedo dejar de destacar ahora –los cuatro
intérpretes hacen un trabajo magnífico a mi modo de ver, como ya dije en su momento- la generosa y honrada
interpretación del personaje de hija discapacitada a cargo de Ingrid
Magrinyà. Su encarnación es brutal. Por
hermosa y por introspectivamente verdadera. Quizás sólo alguien que conoce y
maneja su cuerpo a la perfección, como una bailarina –e Ingrid Magrinyà lo es-
podía entender cómo expresar la íntima imposibilidad de manejar ese cuerpo, movimiento a movimiento. Alucinante.
La extinta poética demuestra que la inclusión de la discapacidad en el lenguaje artístico (teatro, danza, novela, lo que sea) es no sólo posible, sino necesaria y enriquecedora. También para la misma elaboración artística de los lenguajes.
La extinta poética demuestra que la inclusión de la discapacidad en el lenguaje artístico (teatro, danza, novela, lo que sea) es no sólo posible, sino necesaria y enriquecedora. También para la misma elaboración artística de los lenguajes.
Del
lado de la ficción real, quería, para terminar, añadir que en la obra hay
momentos en que Ofelia es desdeñada, casi maldecida. Para quienes amamos
profundamente a alguna persona con discapacidad esos momentos son muy
dolorosos, pero no innecesarios. Me explico.
Hay veces que incluso al amor le cuesta sobreponerse al cansancio, al
agotamiento, a la soledad, a la indiferencia de una amplia mayoría. No dejas de amar. No dejas de cuidar. No
dejas de ser feliz con todo lo que se te devuelve en esa relación tan especial,
gracias a esa posibilidad de ver las cosas de una forma diferente y menos
condicionada por lo inmediato, entre otras cuestiones. Pero es verdad que hay
veces que la falta de empatía social es un muro demasiado alto y una cárcel.
Recordad
que Ofelia siempre baila, aunque baile por dentro y sólo seáis capaces de ver
algún breve asomo de sus movimientos.
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(La
extinta poética. NuevedeNueve Teatro y Producciones PADAM. Texto: Eusebio
Calonge. Dirección, Paco de la Zaranda. Interpretes: Carmen Barrantes, Laura
Gómez-Lacueva, Ingrid Magrinyà y Rafael Ponce).
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