martes, 20 de enero de 2015

TecnoDerechos



La tecnología ha devenido esencial para la vida humana en todos sus aspectos. Siempre el hombre ingenió instrumentos tecnológicos para sobreponerse al medio, para hacer, en definitiva, más llevadera y satisfactoria su vida en la Tierra.  Hubo épocas, no muy alejadas todavía de nosotros, en que, sin embargo, la tecnología no era determinante,  en según que contextos y circunstancias, para conseguir una vida con niveles de dignidad similares a aquellas otros que sí disponían de ella. O al menos era factible esta dignidad igualitaria, socialmente hablando, aunque se dispusiera de  niveles tecnológicos más precarios que los de última generación, y sin que por esta razón el individuo resultase excluido del entorno social general. Esto ya es cada vez menos realizable. Sencillamente porque la trama global del sistema en el que hoy por hoy vivimos se sustenta fundamentalmente en la tecnología.

Hace años una de las fisioterapeutas que trabajaron con Daniel cuando era bastante pequeño aún, en un programa de terapias a domicilio que entonces organizaba la asociación Araprode, hizo un comentario que me impresionó mucho. Ella había estado aquel verano en la India, como voluntaria, en un centro de atención a niños con discapacidad. Venía noqueada por el trabajo que allí llevaban a cabo y, como casi todos los occidentales no demasiado conformes con las prioridades de la sociedad europea, convencida de algo así como de que la pobreza está más cerca de la verdad. Nos hablaba de los niños discapacitados que ni siquiera tenían sillas de ruedas; nos decía que los que podían hacerlo se desplazaban arrastrándose por el suelo. Y que reían. Y que al fin y al cabo tampoco hace falta tanto.

Sentí una gran ira, porque este tipo de pensamiento bueno condena siempre al fin y al cabo a la perduración de las carencias. Puede que no haga falta tanto. Dicho así, en general y calibrando la enorme capacidad de adaptación del ser humano, puede que sea verdad. Pero en ese caso, a nadie le hace falta tanto, sobre todo no le hace falta tanto a quien ya tiene por exceso, ¿no?

Luego pensé, lógicamente, en la diferencia entre esos niños y Daniel, en sus vidas tan próximas y sin embargo tan alejadas. La discapacidad no es, evidentemente, igual ni para todos ni en todas partes. Y creo que aquella fue la primera vez que de una manera no teórica fui consciente de que en buena medida esas diferencias en el ámbito de la discapacidad y desde un punto de vista social las marcan o solventan las posibilidades de acceso a la tecnología. También a la alimentación, claro, y a la atención médica y educativa, por supuesto. Pero estas son dos premisas, digamos, de valoración imprescindible y compartidas con el resto de los humanos no discapacitados a la hora de establecer los niveles de desigualdad en el mundo.

La importancia de los avances tecnológicos en el ámbito de la discapacidad estriba en que ellos son determinantes a la hora de completar las habilidades personales que nos procuran más herramientas en nuestra vida y por tanto un ahorro de energía y esfuerzo que poder emplear en otras cuestiones.  Tal y como nos ha sucedido a todos los humanos merced al desarrollo tecnológico.  Sí. Pero con la diferencia de que lo que para unos es mayor comodidad y rentabilidad de tiempo, para otros, las personas con diversidad funcional, significa en muchos casos - para empezar a hablar- la diferencia entre alcanzar  o no la posibilidad de autonomía personal (una gran diferencia): pensemos en la domótica, la ortopedia robotizada, las sillas eléctricas (e imagino que pronto electrónicas, computerizadas), en los ordenadores y elementos informáticos adaptados, etc.

Para Daniel la época de Navidad ha concluido con extremada generosidad. Ha visto cómo una smart tv era instalada en la pared de su habitación. La televisión le proporciona no sólo entretenimiento, sino contenidos que le interesan: música, teatro, algunos pequeños documentales sobre temas diversos que a veces vemos, cuentos... La llegada de  esa televisión ha convertido su habitación en un cuarto donde realmente él pueda estar tranquilo y solo a ratos, en un espacio propio.

Pero además la pantalla de tv ha venido acompañada por otro excelente regalo. Otra parte de la familia ha aportado una consola Wii -nada más y nada menos-. Hacía tiempo que le estábamos dando vueltas a la cuestión de la Wii, cuyo manejo no requiere una motricidad tan fina como otras consolas. Hay ya diversos estudios y trabajos aplicados sobre las posibilidades de la Wii en el área de la discapacidad. De momento, Daniel se está familiarizando con ella ayudado por las personas de casa. Además, justamente a la vuelta de vacaciones, a los pocos días de comenzar el trimestre, vino a casa con una nota en la mochila invitándole a participar en un programa de la Asociación Aidimo , precisamente sobre  motricidad y estimulación con la Wii. Inma ha solicitado que incluyan a Daniel en este programa. A ver si hay suerte y lo llaman. (Podéis consultar en este enlace a prensa lo relativo al programa de Aidimo con la Wii -http://bit.ly/1uk1q5p-)

Yo sé que Daniel es un privilegiado. Pero también tengo claro que la tecnología es un derecho más. Y que una de las reivindicaciones de cualquier sociedad justa habrá de ser la inversión de recursos en investigación y desarrollo tecnológicos destinados prioritariamente a la salud, la educación, la discapacidad.  A la vida. Definitivamente, en esto terrenos, sí que hace falta tanto o más que tanto.




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