“No nos gusta la palabra
"discapacitado". Preferimos retrón, que recuerda a retarded en
inglés, o a "retroceder". La elegimos para hacer énfasis en que
nos
importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.
Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y
de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Mariano Cuesta, Anita Botwin y Nuria del Saz,
tres retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor
y vigilando a los tabúes. Para pasarles por encima con la silla.”
Esta es la declaración de intenciones de los autores del blog De
retrones y hombres, alojado en eldiario.es, que antes administraban
Pablo Echenique y Raúl Gay. Me gusta mucho esta declaración, porque centra el
tema de la diversidad funcional de manera general en términos socialmente
exigentes. Porque hablar de la discapacidad como de una perturbación o una
enfermedad es equiparar la condición del colectivo social de diversos funcionales
a una especie de clase pasiva. Y por lo tanto implica una rebaja de las
exigencias de inclusión. También es muy cierto que reducir las reivindicaciones
a la petición de rampas (por muy necesarias que sean, que lo son) sirve para
atenuar la posible mala conciencia social respecto a su falta de atención y de
colaboración para con el colectivo de diversos funcionales.
Como sucede con toda persona en crecimiento, conforme Daniel se
hace mayor nuestra contextualización de sus necesidades y de las de la propia
familia han ido evolucionando. Cuando los niños son pequeños y en un periodo
muy próximo al diagnóstico y proceso de asunción de una nueva situación
(siempre complicado y nada lineal), hay mucha preocupación por el tema de la
salud, de las posibilidades de evolución, y con todo ello por conocer y acceder
a los instrumentos de todo tipo que ayuden, que faciliten, etc. Poco a poco el
tema de salud, de afectaciones, de terapias, se va controlando, va formando
parte del día a día, y también en parte todo lo relativo al ámbito educativo.
No digo que ambos aspectos se solucionen a satisfacción. Hay demasiadas
carencias. Gran desestructuración. Digo
simplemente que, pasados unos años, los niños se han hecho adolescentes y ha
habido ya tiempo suficiente para asimilar la situación y aprender lo más
perentorio. No por ello tampoco el esfuerzo requerido es menor, y una parte de
esa energía extra necesaria viene exigida por la falta de empatía social, por
la inexistencia de políticas y estructuras de inclusión (“nos importa más que
nos den lo que nos deben”, dicen los retrones).
Y en ese débito creo que hay una partida decisiva y
absolutamente desatendida. Es la del ejercicio de la libertad y la dignidad personal en
igualdad de condiciones (con todas las derivaciones consecuentes: formativas, educativas, políticas, laborales, individuales de toda índole...). Hay demasiadas situaciones a las que una persona con
diversidad funcional no puede acceder simplemente porque ese esfuerzo extra
(físico, mental, crematístico, organizativo) para hacerlo es a menudo
descomunal, o insalvable. Lo cierto es que eliminar esa distancia es una responsabilidad de
todos.
Hace años, cuando en clase y en logopedia insistían mucho en que
Daniel comunicase verbalmente (cuando empezó a poder hacerlo) su elección
positiva (o sea que dijera “sí”), no
calibré lo importante que realmente era que lo consiguiese. Nosotros, de una u
otra manera, habíamos ya desarrollado una especie de puente de comunicación con
él, gracias al cual no hacían falta las palabras (hay muchas maneras de
entenderse, eso es verdad). Pero el “sí” en voz de Daniel significaba un
ejercicio de personalidad por su parte, un rasgo de libertad. Después vino el
“no” (que por alguna razón neuro-caracteriológica
– yeah-, le costó bastante más, como si él ya supiera desde siempre que un “no”
es siempre más arriesgado que un “sí”). Hoy me hace muy feliz verle y oírle
elegir, expresar si algo o alguien le gusta o no, si quiere ir a un sitio o no,
si tiene hambre o no, si le duele algo o no, si está contento o no … Y siempre,
dentro de lo razonable y sin olvidar que sigue siendo una persona en formación,
procuro personalmente respetar su opinión y ayudar a que pueda realizar lo que plantea.
Cuento esto del sí y el no
como una especie de metáfora: la diversidad funcional no debería llevar
aparejada ninguna disminución en el ejercicio de los derechos de las personas diversamente
funcionales (todos y cada uno) ni en sus derechos como parte de la sociedad
(todos y cada uno). Que no sea así es nuestra deuda con ellas. Se lo seguimos
debiendo.
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