lunes, 1 de diciembre de 2008

Tuneando la silla de Daniel

La semana pasada tuvimos dos tardes de visita a la ortopedia. Tocaba tunear de nuevo la silla de Daniel, pues en la última y reciente visita a la consulta de la médico rehabilitadora (que se produce cada seis meses aproximadamente), ésta vio algunas cosas que debían corregirse. Fundamentalmente había que colocar más recto el respaldo, para evitar la tendencia a curvar la parte superior de la espalda, y subir algo los reposapiés. La silla hay que ajustarla como un traje.

Últimamente las visitas a la ortopedia las hacemos después del colegio. Cuando llegamos tomamos al asalto la tienda y montamos el campamento: abrigos por los sofás, mochila y bolsos también, y para colmo aprovecharemos para que Daniel meriende. A Daniel le chifla utilizar la plataforma elevadora. Asciende subido a ella como una estrella del rock y entra en la tienda saludando: ¡hola, hola! Con lo que consigue la pleitesía de todo el mundo que anda por allí. Después a la faena. Viene Enrique, el mago-mecánico, y requiere las indicaciones pertinentes, ¿qué ocurre? Nunca, en todas las veces que he acompañado a Daniel y a sus progenitores a la ortopedia, le he oído a este hombre poner en duda ninguna de las revisiones que se le han requerido; siempre las ha considerado, hayan sido o no necesarias al final. Le ves mirar la silla y a Daniel y piensas: los está montando y desmontando, encajando y desencajando a ambos, silla y Daniel, como a un cubo kubrick. Así que le explicamos: el respaldo debe estar más recto, hay que reencajar el cabezal, subir el apoya-pies. Vale. Y en un visto y no visto, sin mover a Daniel, la silla se ha convertido en un desmontable. Pierde los apoya-brazos y Enrique, destornillador en mano, empieza la operación. El respaldo cambia de ángulo y empezamos a ver la espalda de Daniel mucho mejor posicionada. ¿Qué tal? ¡Bien, bien! Ahora los pies, ¿así? Mejor, mejor, decimos. Vale. Y atornilla todo de nuevo. Corrige la posición del cabezal, y reconocemos que la postura de Daniel es así mucho más correcta e incluso le notamos a él más cómodo en la silla: ¿estás bien así Daniel?: síiii. Pues a casa. El tuneado sólo ha costado media hora, genial. Daniel pone cara de velocidad mientras desciende en la plataforma.

Pero no hay que ir deprisa, no. Mover alguna de las piezas de un puzzle no se hace en vano. Tiene consecuencias. La primera la notamos en cuanto intentamos anclar la silla en el monovolumen. Los anclajes delanteros sólo se pueden agarrar a las barras horizontales del asiento de la silla por un punto: no caben por ningún otro sitio. Inma y yo nos aplicamos a la tarea del anclaje casi de forma cronometrada, una por cada lado, pero ninguna somos ahora capaces de encontrar ese hueco que sin embargo nos sabemos de memoria. Y casi a la vez decimos: ah…, al mover el respaldo habrá cambiado la posición de inclinación del asiento y ya no sirve la largura que tenemos en las cinchas. Hay que bajar a Daniel de nuevo a la calzada y mientras una se queda a su lado, la otra cambia esa longitud a ojo. Aún tendremos que reajustar las medidas, con Daniel ya arriba de nuevo, hasta que encontramos la posición correcta que nos permite acoplar bien la rampa en vertical al recogerla detrás de la silla. Empezamos a circular, mientras recapitulamos todas las operaciones realizadas y concluimos satisfechas que todo ha ido bastante rápido.


Eso es hasta que a la mañana siguiente me cuenta Inma que hay que volver esa tarde a la ortopedia. ¡¡ ¿Por…? ¡! Exclamo. Pues porque no nos dimos cuenta de que al rebascular el respaldo se han quedado demasiado atrás los apoyabrazos y no podemos fijar la mesa a ellos, me dice la madre de mi sobrino un poco agobiada (la silla va con mesa incorporada, muy útil para muchas cosas, tanto en el colegio como en casa). Vale. Entendido. Nueva tarde en la ortopedia. Daniel sale del colegio con el cabezal removido y todo el buen posicionamiento que conseguimos el día anterior parece haber desaparecido tan sólo por ese cambio. Pero vamos por partes. Primero los apoyabrazos: hay que adelantarlos y acercarlos al cuerpo de Daniel. También hay que reajustar la longitud del cinturón que ayuda a fijar la posición de las las caderas, porque al mover el respaldo se ha quedado un poco apretado. Enrique nos enseña cómo hacerlo, porque esto sí lo podéis hacer vosotros si es preciso, nos dice, precisamente se accede al regulador desmontando cada apoyabrazos (¡jo, nos miramos Inma y yo, esto es un auténtico mecano!). El problema del cabezal nos lleva un buen rato, hasta que volvemos a encontrar la altura correcta de colocación: Enrique decide hacer una marca para que en el colegio sepan a qué altura dejarlo si tienen que moverlo por alguna razón. Inma pide que corte un poco el tubo horizontal en el que el cabezal encaja, porque sobresale mucho y rompe la mochila que siempre lleva Daniel colgada detrás de su silla. Y por fin, ya que hemos vuelto, anda, Enrique hincha las ruedas que están un poco bajas. Bien, me llevo a Daniel, pues, adentro al taller, que los críos flipan mucho con la máquina del aire. Nos lo devuelve con cara de estar encantado de la vida: máquina del aire y ahora a la plataforma rockandrolera. Mientras vamos camino del monovolumen, aparcado milagrosamente a tres manzanas de la ortopedia, en una de las dos plazas adaptadas que hay en la calle, Inma intenta localizar a Silvia, la logopeda, para decirle que si llega antes a casa que espere un poquito, porque la agenda de Daniel se había complicado esa tarde.

8 comentarios:

Miguel Ángel Yusta. dijo...

Entro, leo, me emociono. No suelo comentar.Seguid. Besos.

entrenomadas dijo...

Me pasa como a Miguel Ángel.
El post deja muy clarito el trabajo nada fácil de tunear la silla. Conviene recordarlo.

Un beso,

M

Doberka dijo...

Los que piensan que ya no existen ni los héroes ni las heroínas están muy equivocados. No pensarían, así, si pasaran a visitar este hermoso blog. Ahí me gustaría ver a mí a los mecánicos de Alonso.
Os admiro, Luisa.

Un millón de besos.

Anónimo dijo...

Pues sí, un trabajo duro ese tuneo, menos mal que ese trabajo tiene la mejor de las recompensas... ah, y esa plataforma rocandrolera tiene que molar.
Besos.
Rosa.

Luisamiñana dijo...

Sé que todos comprendéis el trasfondo del asunto del "tuneo" de la silla, y de otros similares. Pero no hay heroicidad. Hay simplemente un poco de trabajo, bastante dedicación, eso sí, sobre todo por parte de los padres de Daniel. Y en cualquier caso hay una parte de esfuerzo que podría ser más llevadero con más apoyos desde las distintas instancias sociales. Aunque siempre habrá una parte que será exclusivamente personal.

Gracias de nuevo. Un abrazo

Anónimo dijo...

Ya sabes lo sorprendida que me dejaste cuando me contaste el "pedazo" de silla que la sanidad pública pone a disposición de los chavales como Daniel. De pena...por no decir algo más alto. Menos mal que estáis al tanto y podéis cubrir esa dejadez.
Lo que me sorprende es la paciencia de tu sobrino con el tema (por mucho que el bueno de Enrique intente adornar la cosa).
Es que es como aquello de ir a la modista de pequeña para probarte treinta veces el pantalón que te estaba haciendo tu madre. Que cruz.
Oye, que tengo ganas de ver esa silla. A ver cuando nos pones esa fotillo...
Besos mil, tiaza.

Anónimo dijo...

Joer, y yo que cuando he leído el título he pensado que lo de "tunear" era una manera simpática de decirlo... ¡Cognio, a semejante operación se le queda corto el verbo "ajustar"!

Ay, el día a día, las cosas cotidianas... por lo que dice LaMima, ¿quienes deciden sobre estos temas tienen idea de lo que es el día a día? ¿Están al tanto?

Lamia dijo...

Vengo por aquí y hoy no sé qué decir. Un abrazo a Inma.