jueves, 12 de marzo de 2015

Miss Taras


Tengo un poco desviado el hueso de la nariz, a consecuencia de un accidente ocurrido en mi infancia durante un juego infantil de riesgo. Toda la vida he tenido migrañas. También una malformación renal que siempre me ha producido muchas cistitis, algunas muy persistentes, dolorosas y casi tan incapacitantes como las alienantes migrañas. Item más, hace no mucho me dijeron que la causa de mis lentas digestiones no es patológica, sino morfológica: tengo un estómago raro, en forma más bien oblonga, como de melón, no como de gaita gallega, que es lo preceptivo. Además mi columna vertebral es escoliótica, lo cual ha derivado con los años en una no muy grave (al menos todavía) hernia discal entre la 4 y 5 lumbares. Hace unos días detectaron en una de mis tetas una formación no deseable, que afortunadamente al parecer no es preocupante, aunque ahí está, otro alien exigiendo vigilancia. Bueno, y unos meses atrás fui oficialmente declarada alérgica a las “capitanas”, esas bombas de pólenes que ruedan por ahí con el buen tiempo; ellas son la causa de que se me tabique por dentro la nariz. Finalmente, soy miope, astigmática del ojo izquierdo y, claro, minorada en la visión de cerca, a causa de la edad. 

Esta es la lista de mis taras, señor Nart. No son cosas importantes, no son taras por las que usted me llamaría subnormal o deficiente. Son pequeñas cosas, que pasan desapercibidas, que no son apreciables a simple vista. A nadie implican ni complican, excepto a mí, pues aunque, por supuesto, no pretendo hacer comparación ninguna con una diversidad física o intelectual con consecuencias importantes, sí que me causan de vez en cuando alguna leve incapacitación temporal para atender mis tareas usuales.

De todas formas, es cierto, todas mis taras están por encima de la línea socialmente cómoda de la normalidad, porque quedan ocultas tras una apariencia física asumible en líneas generales. Mi cuerpo miente bien todavía. Si todas mis taras, esas que he enumerado, quedarán a la vista, yo resultaría un ser cuando menos no esperable, posiblemente monstruoso, si nos atenemos a la categorización y calificación expuesta con tanta contundencia y desahogo por el señor Nart.

El señor Nart parece un ser humano inteligente y a todas luces instruido. Sabrá con seguridad cuán escasamente inocente es el lenguaje, cuánta es la importancia de la manera en que nombramos y en que calificamos, cuán determinante puede llegar a ser. Tanto que a menudo las circunstancias de la vida y de la historia comienzan a cambiar a medida que vamos modificando sus nombres. Ninguna evolución, ningún progreso humano, ninguna mejora de las costumbres o de las leyes lo ha sido sin que se haya desechado la vigencia de una denominación obsoleta (cuando no injusta o denigrante), sin que se haya convenido una nueva forma de nombrar a la nueva actitud, al nuevo contexto, a la nueva época. El señor Nart es sin duda un hombre que utiliza con habilidad el lenguaje. Y además, según su propio testimonio, conoce de cerca, por vinculación familiar muy próxima, a personas con diversidades funcionales, según los patrones que en la sociedad actual nos ayudan a entendernos. Su orgulloso empecinamiento en usar términos como “subnormal”, “tarado” o “deficiente”, resulta, por tanto, aun más doloroso y ofensivo. A mí me lo resulta.

Por eso, desde mi ser conscientemente lleno de especificos condicionantes para mi vida, mi ser contrahecho, que dejo aquí voluntariamente a la vista de todos, reivindico mi derecho a ser considerada por todas mis diferencias, diversidades funcionales presentes y futuras. Exijo ser nombrada y aludida con la misma normalidad que el resto de personas. Si en algún caso o momento he de ser distinguida en función de alguna de mis “taras”, o de todas ellas, quiero que se me nombre como miope, o migrañosa, escoliótica, o lo que fuere. Y desde ya dejo claro que no por ello soy menos inteligente, si lo soy, ni menos normal o más, y por supuesto en absoluto subnormal. Simplemente, en todo caso, sería más o menos inteligente. Aunque, ni siquiera ello sea cierto, a tenor de todas los parametros que la neurociencia va día a día descubriendo y redefiniendo, y que dejan en cuestión un buen puñado de estándares médicos, sociales, culturales. En efecto, la ciencia también, no sólo la ética o la moral y el progreso cultural de la civilización, exigen adecuar el lenguaje a un nuevo estado de cosas en el ámbito de las diversidades funcionales.

La intervención del señor Nart en televisión a la que aludo en este texto tuvo lugar hace ya unos cuantos días. En aquel momento, las redes sociales se hicieron amplio eco del hecho. Las críticas le llovieron. El propio Albert Rivera, desde Ciudadanos –formación política por la que el señor Nart es actualmente eurodiputado-, se disculpó y manifestó su discrepancia. Pero lo cierto es que se trata de un tema bastante más incisivo de lo que parece. Y merece la pena que nuestra reflexión sobre él no caduque al ritmo de los medios de comunicación. De hecho, vuelve a estar estos días en primer plano gracias a la petición de dos ciudadanas, madres de niños con síndrome de Down, para que la RAE rectifique la bochornosa y caduca acepción que mantiene en su Diccionario, bajo el término “subnormal”.

Por otra parte, dejo en el limbo electrónico mi opinión sobre la opinión del señor Nart recomendando la esterilización de los “tarados” (me repele mucho escribir tal cual, pero si no utilizo aquí su mismo lenguaje, no se entenderá la bárbara prepotencia de su código ético). Es algo que jamás me atrevería a abordar con la ligereza y generalización afascistada con que en esa tertulia se manifestó, algo que ni siquiera creo se pueda abordar si no persona a persona, familia a familia, circunstancia a circunstancia. Como, en realidad, debería hacerse casi con todo en la vida. Tan diversa ella. Por lo menos, con respeto.





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