viernes, 7 de octubre de 2011

Historias y juegos


Desde hace un tiempo Daniel, que tiene un sentido interno del tiempo absolutamente controlado, por las tardes, cuando falta un rato (largo) para que regrese su padre del trabajo, empieza a llamarle: como si quisiera adelantar ese momento de la vuelta. Su padre es invocado alternativa e insistentemente por sus diferentes apelativos: papá (en diferentes tonos, ritmos...), papí (idem), Jorge, Jordi... y todo ello reforzado por un ¡oyeeee!. Daniel y papá mantienen un verdadero cordón umbilical filio-paterno-coleguil.

El caso es que nunca termino de saber si esa insistencia es un juego al que nos somete Daniel o una manifestación de una, digamos, cierta incapacidad para controlar esa emoción por su parte. Y esto último, como  varias veces hemos comentado con sus padres, me preocupa. Sin embargo, hoy casi he llegado al convencimiento de lo contrario. Aunque tampoco es tan simple.

Creo que es como una ceremonia que él repite siempre, iniciada sin duda en un punto de emocionalidad y de ansiedad por el retorno de  su padre (no le ha visto desde la mañana), y que luego se convierte en una forma de juego, de ceremonia, sí;   además se lo pasa muy bien oyéndose entonar, perfeccionar su fonética, viendo cómo los demás le remedamos a ratos, y a ratos rabiamos por su insistencia... El problema, a mi modo de ver, es que en algún momento ese juego le atrape neurológicamente hablando. Pero hoy me ha demostrado tener más control sobre el asunto del que yo pensaba. Cuento.

La cosa ha empezado hoy temprano, como una hora antes de la que tiene su padre como momento de regreso de su jornada laboral. Hoy he hecho algo que no había hecho ningún día: en vez de intentar cortarle el flujo invocativo con admoniciones de tía pesada, o en vez de intentar  distraerle con otras cosas, le he planteado dos opciones: 

una, dejarle frente al canal de  Teledeporte en la televisión y estar llamando a papá durante una hora seguida (lo que haría como unas trescientas veces o más de llamar a papá, le he dicho); 

otra, utilizar el tiempo más sensatamente e irnos al ordenaror a buscar cosas sobre una historia que le había empezado a contar ayer.

Bien, ha dicho muy decidido que quería la primera. Ok, hemos contestado su madre y yo. Y allá que se ha quedado. Eso sí, callado, callado. Lo  que daban en Teledeporte no le debía gustar mucho, y desde la puerta en algún momento yo le veía poner cara de aburrimiento, bostezar, e inclinarse un poco a la tristura. Pero cuando me acercaba a ver si quería que le cambiara el canal, me contestaba tímidamente, sí. Pero, tampoco, porque en uno de esos tira y afloja ha empezado a protestar. ¿Qué quieres que hagamos pues Daniel? Or-e-a-o:  Me ha contestado, o sea ordenador. 

Nos hemos ido al estudio, y cuando le he preguntado si quería venir a sentarse conmigo, síii... con una sonrisa de oreja a oreja y dos sonoros besos... o sea.... ¡hemos hecho las paces! Este niño es la pera. Se ha acurrucado, mientras buscábamos fotos de Marco Polo, Venecia, China, los desiertos... Porque la historia que le había empezado a contar ayer era la de Marco Polo: y por cierto, Daniel escucha con una atención realmente impresionante. Hemos hablado de la Edad Media, de lo que había y no había entonces (por ejemplo, había velas, no electricidad); había barcos con velas - de las otras- (no con motor)... en fin, esas cosas, que le llaman mucho la atención, claro. Un fragmento de la serie Marco Polo le ha interesado sobremanera; y ese fragmento lo hemos visto después de leer un trocito del Libro de las Maravillas. La verdad es que me he asombrado de que todo le  resultara tan fascinante (eso se ve en la cara). Y de que me haya emplazado a buscar más historias en días sucesivos - de la Edad Media, sobre todo, creo que quiere-.

Por cierto, que ayer cuando le explicaba que Marco Polo era veneciano, le contaba que Venecía es una ciudad en cuyas calles no hay asfalto, ni coches... le pregunté (reconozco que con intención retórica) si sabía qué había en las calles de Venecia, si no había calzadas... y me quedé apedruscada cuando me contestó sin dubitación alguna: A-gu-a... (Virigina, díme por favor que habéis estudiado algo de Venecia en el cole, porque si no voy a empezar a pensar que la retentiva de este niño es im-presionante...)

Cuando ha llegado Jorge, Daniel me ha mirado como diciéndome: ¿ya? ¿puedo ya? Sí, Daniel, ahora papá te oye y puedes llamarle... En fin, me he ido al cabo de un ratillo y el juego seguía... PapÁAAA, Oyéeeee, jOrdiiiii, jorgEEEE, OOOOye..... (intento reproducir el tono de la cantinela). Sé que lo que luego venía, cuando hayan estado ya en el baño, es la frase de Jorge: ¡Daniel, no callas ni debajo del agua!

(siempre pensaré para mi que ... no calla afortunadamente, después de tanto tiempo de haberle escuchado tan poquito: y añado esto porque quiero traer un próximo post sobre estas cosas que sentimos las personas no discapacitadas que rodeamos a las personas con discapacidad, sobre todo si son niños, y que sé que a veces a ellas les molesta o perturba un poquito... siempre digo que tienen que tener comprensión con nuestras debilidades, ya hablaremos)



1 comentario:

monica dijo...

Muy buena observación. La repetición de llamadas sirve para varias cosas: aparte de "molestaros" a tí y a la madre, también es que la repetición aminora la angustia, pero también aprende con la repetición a controlarla, y también a que su ausencia y presencia no tienen que ver con él, aunque ensaya a ver si "tiene poderes" para hacerle aparecer. En niños más pequeños, también ensayan ciertos juegos vocales. Podemos comentarlo cuando quieras.
En el comienzo de "El principio del placer" Freud trabaja una observación de un nieto que arroja y recoje un carrete cuando la madre se marcha, mientras dice "fort /da".
El juego en el niño no sirve sólo para aprender conocimientos sino también emociones y sentimientos.
Un beso.