lunes, 18 de octubre de 2010

No es lo mismo

Una vez más toca recordar (nos despistamos tan fácilmente) que el lenguaje no es nunca inocente ni gratuito. Por eso no da lo mismo. Por eso si a menudo reclamamos cambios en el uso del lenguaje, en concreto en el caso de la forma de nombrar y denominar a las personas con discapacidad y los elementos de su entorno, no es por mero eufemismo ni por "hipócrita moral de lo políticamente correcto"). No es por eso. Sino porque no es lo mismo.

Me explico.


Voy recopilando a lo largo de la semana diversos suplementos culturales de distintos periódicos. Y los voy leyendo a ratos, entremedio de otras lecturas y tareas. Alguna vez en Luisamiñana.blog creo que he dicho que de entre esos suplementos el que más me gusta es Cultura/s, del periódico La Vanguardia. Sale los miércoles. Pero como leo a ratos, hasta el viernes por la tarde no leí la reseña de donde he extraído el entrecomillado anterior. Es una reseña firmada por J.A. Masoliver Ródenas sobre la novela "Agosto, octubre" de Andrés Barba. Nombro dónde y quién porque son referencias inexcusables, aunque no se trata de personalizar en nadie, sino de reflexionar.

Retomo el texto de Masoliver sobre la novela reseñada:



"En cierto modo, regresamos a los conflictos de Versiones de Teresa, protagonizada también por una niña ´subnormal´ (así aparece, sin ninguno de los eufemismos a los que nos obliga la hipócrita moral de lo políticamente correcto), en una acumulación de experiencias que nacen de la incomodidad ante el mundo (el de los padres, el de los amigos) y del rechazo del grupo en busca de la autenticidad personal" .

Más adelante leo que en la novela este rechazo se producirá a raíz de la impresión que causa en el protagonista de la novela reseñada la asistencia a una violación en grupo de la niña "subnormal".


Y a pesar de los términos del párrafo, después de su lectura había decidido no comentar nada. A menudo ya me canso de repetir y repetir lo del principio: el lenguaje no es inocente; ni gratuito.


Sin embargo, el viernes por la noche -derrotada esta vez no por el cansancio sino por el engorroso catarro inevitable de las fiestas del Pilar- hago zapping y encuentro un "biopic" televisivo sobre Temple Grandin. Temple Grandin -por si alguien no lo sabe- es una mujer autista, profesora universitaria de ciencia animal en Colorado (USA) y autora de revolucionarios diseños para la construcción de mataderos y explotaciones ganaderas, además de varios libros, incluída una autobiografía que en 1986 fue un auténtico terremoto entre los propios neurólogos y familiares de personas autistas. Temple Grandin es una mujer capaz de reflexionar sobre su propia condición de autista y de utilizar las capacidades "diferentes" que dicha condición proporciona a su cerebro, desconocidas para quienes tenemos un cerebro digamos "reglamentariamente normal", y aplicarlas en su trabajo, en su vida...

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española dice (a mi parecer vergonzantemente a estas alturas de mundo) del adjetivo "subnormal": "Dicho de una persona: Que tiene una capacidad intelectual notablemente inferior a lo normal" (versión on line) o "Dícese de la persona afecta de una deficiencia mental de carácter patológico" (versión impresa 21 edición).


Entonces (aun dentro de definición tan anacrónica),


¿es lo mismo decir que Temple Grandin es autista que "subnormal"?


Evidentemente, no. Pero lo cierto es que hace unos cuantos años, no muchos, sí que hubiera dado lo mismo. Por eso el lenguaje no es inocente ni gratuito. El lenguaje es mensaje, significado. Y hoy ya no quiere decir lo mismo "ser subnormal" (término utilizado en una época en que las causas de las discapacidades que nos pueden afectar en nuestro desarrollo personal eran desconocidas y las personas afectadas, por tanto, temidas, ignoradas y ocultadas) que ser autista, ser paralítico cerebral, tener síndrome down, síndrome de aspergen, etc.



En cuanto al tema literario utilizado por el autor de la novela reseñada, el de la violación de la niña "subnormal" , entiendo que como tal cada autor tiene derecho a recurrir a los topos y tópicos literarios que crea convenientes. Y este tema lo es largamente en la tradición de la novelística de todos los tiempos, entre otras cosas sin duda por su contundencia. Aunque, desde mi punto de vista, tal uso denota igualmente planteamientos más en deuda con el pasado que con lo que debería de ser un tratamiento actual respecto a la situación de desventaja evidente en que todavía (y por mucho) la sociedad y todos nosotros como individuos colocamos a las personas con discapacidades, o por contrapartida lo que ellas pueden aportar en su interacción con los distintos ámbitos de la sociedad. Un hecho tan brutal como el que alude la novela (y hablo atendiendo a los términos de la reseña, no he leído la obra y no la juzgo en sí por tanto) debería llevar en la actualidad a consecuencias mucho más amplias que la de la catarsis de un adolescente en busca de su identidad, por muy determinante que ésto sea para él.

Respecto a que en el DRAE se mantenga una entrada tan ofensiva como absolutamente anacrónica en una época en que la ciencia muestra y demuestra que no se es inteligente de una única y exclusiva manera, y que hasta personas con un coeficiente intelectual poco remarcable para la estadística al uso pueden sorprendernos con habilidades complicadas, creo que habría sencillamente que plantearse exigir su eliminación. Se hizo con entradas mucho más poéticas y menos obsoletas como "sabara" o "erranza".

Por último, no se trata de idealizar nada ni a nadie, ni de ocultar las alteraciones físicas que muchas veces conllevan las discapacidades, los problemas cognitivos, ni de soslayar el mayor esfuerzo que las personas discapacitadas deben realizar para alcanzar similares objetivos personales y profesionales que el resto de la gente -tanto por sus propias condiciones, como por las continuadas trabas y trampas sociales-. Se trata, por el contrario, de que reconociendo la existencia de todo ello seamos capaces de superar conceptos y lenguajes viejos y que poco ayudan a la pluralidad de nuestra sociedad. Porque si no hablamos y escribimos diferente a lo que fuimos tampoco viviremos diferente.



Añado el texto del mail que me envía Paula Maciel, tan perspicaz e inteligente siempre. Paula tiene parálisis cerebral y es profesora universitaria en Buenos Aires, y dice:

Nosotros hacemos al revés: usamos la palabra "normal" irónicamente, para designar a aquellas personas que, sin haber pensado nunca en eso, se consideran a sí mismos parámetros de normalidad o a aquellos renegados de la diversidad que insisten en convencer al mundo que son normales o que lo que más desean es ser tratados como tales.

Yo, que tengo oídos, nariz y dedos de ciega, veo con cierta extrañeza y pena a aquellas personas que son incapaces de orientarse en su propia casa si llega a cortarse la luz.

Un abrazo, como siempre.

Paula




10 comentarios:

Javier López Clemente dijo...

HOla Luisa
El post me impacta especialemte porque hace algún tiempo me di cuenta, gracias a un acertado comentario de una profesora que trabaja con niños autistas, que cuando me cabreaba, simpre con moderación ;-) algunas veces utilizaba el adjetivo "subnormal" para definir lo que no viene a cuento.
El caso es que me observé y, ¡¡si!! algunas veces lo usaba, era como una coletilla para subrayar algunas circunstancias. No me ocurría habitualmente pero estoy intentando solucionarlo y tus palabras con un aliento.

Salu2 Córneos.

Inde dijo...

Bueno, quizá sea ese el único significado que le podría quedar hoy a la palabra: usarla como insulto... pero desde luego, no para aludir a ninguna persona con discapacidades.

Fernando dijo...

Hola, Luisa:
Una vez más, felicidades por tu trabajo y por tu dedicación. Como sabes, te sigo muy a menudo y te admiro muchísimo.
No obstante, en cuanto al tema del lenguaje que se emplea, a veces de forma inconciente, yo me he acostumbrado a valorar más la forma en que se dicen las cosas - el tono, la intención - que lo que se diga en concreto. Y hay miradas, y silencios, y desaires, que ofenden mucho más que tal o cual palabra. Dicho esto, qué duda cabe que alguien que nos quiera no va a emplear, al referirse a nuestros hijos, la expresión "subnormal" o "retrasado". Pero en un artículo genérico, no dirigido a nadie en concreto, creo irrelevante que el autor no emplee, por fuerza, los eufemismos.
En fin, como siempre, son maneras diferentes de ver las cosas, aunque en el fondo coincidamos al 100%.

Un cordial saludo

laMima dijo...

Sabes de sobra lo de acuerdo que estoy contigo en estos planteamientos.
Me gustaría, no obstante, remarcar que aunque entiendo el planteamiento de Fernando, el uso de determinadas palabras con el tono final que todos conocemos está ya grabado. El "imaginario" colectivo no puede evadirse del tono despectivo de la palabra "subnormal", "mongolo" o "enano". Por muchas sonrisas que se esbocen al pronunciarlas. No, han hecho (y hacen todavía) demasiado daño.
Las personas aludidas por estos términos merecen salir de esos clichés, demostrar que son otra realidad así que, aunque nos "duela" evitar palabras necesitamos hacerlo. Lo debemos.
Demasiada carga intrínseca, lo siento. Cuestionémonos quien merece el respeto.

Luisamiñana dijo...

Me alegro Javier de esa reconversión linguística y semántica, a la que nadie debemos negarnos en caso preciso: todos usamos términos que ya no responden a la sensibilidad de nuestro momento social e histórico. No estas solo:-)

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Inde, pues fíjate, yo creo que en este caso ni como insulto, porque cuando lo decimos como tal a lo que nos estamos refiriendo no es a algo en abstracto, estamos insultando lanzado contra el insultado la imagen de alguien que tiene problemas de desarrollo intelectual, de un "idiota", diríamos antes. Pero insisto, nuestra ignorancia al respecto de lo que ocurre en el cerebro de las personas que aparentemente "no tienen nada dentro" (como diría, creo la propia Temple Grandin)es bastante pasmosa todavía.

Besos.

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Fernando, te entiendo y desde esa coincidencia plena que también siento, creo que tan lenguaje es un gesto como una palabra; que tan matizables pueden ser uno como otra, según contextos, intenciones, personas, etc. A mi a menudo también me han molestado mucho algunas miradas (de ello alguna vez hemos hablado en el blog), algunos gestos. Y he intentado razonarlos y no cabrearme. Pero la verdad es que en muchas ocasiones lo que hago es intentar no evitar la mirada o el gesto, responder a ello, y si puedo explicar cómo entiendo yo que debería ser la actitud: prefiero que pregunten qué pasa(como suelen hacer por cierto muchas veces los niños cuando ven a Daniel y se acercan a él)a esas miradas o gestos con cargas "extrañas" que sólo producen desencuentro, dolor y rechazo (mutuo).

Un gran abrazo.

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Evidentemente, Mima, nada más que añadir a tu comentario: largas conversaciones nos contemplan, querida.

Besos.

ybris dijo...

Sabes, Luisa, que coincido del todo con tu planteamiento de la no inocuidad del lenguaje y en la necesidad de obrar en consecuencia, aunque ya alguna vez te he manifestado mi opinión de que hay que evitar ver fantasmas donde no los hay, lo cual exige estar al tanto de los usos habituales que dichas palabras van adquiriendo con el uso y con el paso del tiempo.
Palabras como ciego (invidente), sordo (no oyente), blanco (caucásico), negro (de color), mongólico (Down), enano (acondroplásico) y otras muchas que el uso ha hecho ofensivas deben desterrarse del vocabulario habitual (que se lo digan a ALfonso Guerra con el caso "señorita Trini"). El Drae lo tiene difícil si quiere ser justo con el uso del lenguaje porque no puede cambiar ese uso sino dejar constancia del mismo, cosa que no hace en la inexacta e incompleta definición de la palabra subnormal, en donde debería haberla señalado como insulto y haberla situado como coloquial.
Por eso hay que estar bien al tanto de la evolución del lenguaje y del contexto en que las palabras se utilizan (como el caso del chiste de alguien que saluda: "¡Qué hay, tronco!" a un minusválido carente de brazos y piernas).
Yo de momento todavía me resisto a usar el "todos y todas, alumnos y alumnas, trabajadores y trabajadoras..." y nunca me he considerado machista por referirme a "mis hijos" sin decir "mis hijos y mis hijas", aunque pudiera ser que el uso futuro lo acabara haciendo obligatorio.
En fin, dentro de la misteriosa
evolución del uso de las palabras y de su uso local habrá que dar ya como inutilizable la palabra "subnormal" y aceptar "discapacitado" como más justa y respetuosa (ya le va pasando lo mismo a la palabra "deficiente").
En el fondo se trata de un asunto de sensibilidad y respeto a las personas.
Yo, hace ya tiempo, desde que he tenido que enseñar a muchos hispanoamericanos, que he tenido que morderme la lengua para cambiar coger por tomar o arrojar por tirar como ya venía haciéndolo mediante circunloquios al hablar de pelotas o casquetes.
Bueno. Al final me enrollo (divago) excesivamente para decir lo mismo que tú, aunque sin caer en la extrema susceptibilidad de sentirse siempre atacado.
Que me lo digan a mí (a quien ya comienzan a dejarme el sitio en los transportes públicos) con la palabra viejo y con la inocente expresión de quien me hizo el viernes pasado la prueba de coordinación para la renovación del permiso de conducir: "¡Caramba!¡Lo ha hecho usted como un joven!".

Nada más. Ya sabes que siempre tendré que agradeceros el enorme ensanchamiento de horizontes que me ha proporcionado frecuentar estas páginas y sentir de cerca el mundo complejísimo y enriquecedor de los discapacitados y diferentes.
Quizás porque acaba uno sintiéndose cada vez más entrando en ese mundo.

Besos.

ybris dijo...

Sabes, Luisa, que coincido del todo con tu planteamiento de la no inocuidad del lenguaje y en la necesidad de obrar en consecuencia, aunque ya alguna vez te he manifestado mi opinión de que hay que evitar ver fantasmas donde no los hay, lo cual exige estar al tanto de los usos habituales que dichas palabras van adquiriendo con el uso y con el paso del tiempo.
Palabras como ciego (invidente), sordo (no oyente), blanco (caucásico), negro (de color), mongólico (Down), enano (acondroplásico) y otras muchas que el uso ha hecho ofensivas deben desterrarse del vocabulario habitual (que se lo digan a ALfonso Guerra con el caso "señorita Trini"). El Drae lo tiene difícil si quiere ser justo con el uso del lenguaje porque no puede cambiar ese uso sino dejar constancia del mismo, cosa que no hace en la inexacta e incompleta definición de la palabra subnormal, en donde debería haberla señalado como insulto y haberla situado como coloquial.
Por eso hay que estar bien al tanto de la evolución del lenguaje y del contexto en que las palabras se utilizan (como el caso del chiste de alguien que saluda: "¡Qué hay, tronco!" a un minusválido carente de brazos y piernas).
Yo de momento todavía me resisto a usar el "todos y todas, alumnos y alumnas, trabajadores y trabajadoras..." y nunca me he considerado machista por referirme a "mis hijos" sin decir "mis hijos y mis hijas", aunque pudiera ser que el uso futuro lo acabara haciendo obligatorio.
En fin, dentro de la misteriosa
evolución del uso de las palabras y de su uso local habrá que dar ya como inutilizable la palabra "subnormal" y aceptar "discapacitado" como más justa y respetuosa (ya le va pasando lo mismo a la palabra "deficiente").
En el fondo se trata de un asunto de sensibilidad y respeto a las personas.
Yo, hace ya tiempo, desde que he tenido que enseñar a muchos hispanoamericanos, que he tenido que morderme la lengua para cambiar coger por tomar o arrojar por tirar como ya venía haciéndolo mediante circunloquios al hablar de pelotas o casquetes.
(Continúo luego. Blogger no me permite un comentario tan largo)

Ángel Sobreviela dijo...

Buenas precisiones, Luisa. Recuerdo que ya de niño, tanto en Escolapios como en mi casa, se me advertía contra el mal uso del término "subnormal". Jamás lo he usado como insulto desde entonces.
Abrazos para Daniel.

Luisamiñana dijo...

Ángel, gracias: o sea, no es tan díficil, ¿verdad?.

Besos

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Ybris, no, no divagas. Yo entiendo las matizaciones. Podría hacerlas. Pero creo sinceramente que en estos casos es mejor que no: hay que generar actitudes, y eso requiere claridad y hasta un poco de simplicidad.

Besos, maestro.

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Anónimo dijo...

me encanta leeros a todos,... de verdad...Pilar D