Los abuelos paternos de Daniel viven en un cuarto piso sin ascensor. Por eso no puede ir demasiado a visitarlos. Yo suelo llevarles a ellos a casa de su nieto al menos una vez a la semana. Ultimamente el abuelo Julio ha estado un poco fastidiado. Ahora ha habido que hacer algunas obras en la casa para facilitar su movilidad. Así que esta mañana Daniel y sus padres se han animado a subir esos cuatro pisos sin ascensor para ver cómo iban los trabajos. Daniel ascendía en brazos de Jorge bastante conforme, aunque al parecer lo que le apetecía de verdad era dar un paseo matutino por la calle. A este crío la calle le gusta una barbaridad. La abuela Rosario ha cometido un error crucial: al saludar a Daniel ha dicho algo como, ¿así que has preferido venir a ver a los yayos en vez de estar en la calle, cariño? ¡Ah! ¡No diría yo tanto!, ha debido de pensar Daniel, ¡ la calle es la calle, abuela! Y a continuación, al ver una posible brecha abierta para dar marcha atrás y regresar al callejeo, ha comenzado su característica sinfonía-protesta, que incluye llanto fingido (sí, fíngido, porque que yo sepa el llanto real se presenta en forma de lágimas, las cuales suelen estar ausentes en estos arrebatos danielinos), algunos alaridos, rostro-pucheros, y una negativa total a escuchar ningún tipo de razonamiento. Tozudo como una piedra. En estos momentos, sólo una cosa suele funcionar para derivar el estado-barrena de Daniel a otro más tranquilo y manejable: la música. Así ha sucedido esta mañana, según me han contado. Una vez sintonizada en el televisor una emisora que emitía música de su gusto, el nieto que prefería la calle ha procedido a tomar su almuerzo en casa de los abuelos con toda tranquilidad, ¡genio tenemos!.
Durante bastante tiempo la música-talismán fue la banda sonora de Barry Lyndon. Ya he comentado en otras ocasiones la inclinación de Daniel por las diversas composiciones que integran la banda sonora de la película de Kubrick. Cuando estaba nervioso, cuando necesitábamos que estuviera un rato entretenido a su aire él solo, cuando se ponía un poco pejiguero para comer (éso ya no sucede nunca, ¡comer es genial, comer me gusta mucho!), todo se aligeraba con apenas pulsar la tecla que en el reproductor de cd ponía en marcha la zarabanda de Haendel que abre la banba sonora de Barry Lyndon que a veces llegó a sonar varias veces consecutivas porque Daniel se negaba a dejar de oírla. Era una fascinación. Sigue gustándole mucho, pero su espectro de querencias musicales ya se ha amplíado un poco, como sabéis.
Dejo por aquí esa zarabanda haendeliana, una buena compañía para una tarde de verano (o de invierno, según donde estemos):
3 comentarios:
Mientras participo del entusiasmo de Daniel por la Zarabanda de Händel que ahora escucho me alegro de saber de las tácticas del mozo apelando a fingidas lágrimas.
Un artistazo en toda regla.
Mis mejores deseos de mejora para ese buen tocayo mío. A ver si pronto puedes llevar a los abuelos a ver a Daniel.
Besos y abrazos a todos.
Un actorazo que es el chaval, te lo digo yo, querido Ybris: a mi me desarma, ja ,ja. Muchas gracias por los buenos deseos, ahí andamos, poco a poco.
Abrazo fuerte.
Todo un carácter el de Daniel. Ya se sabe que la música es alimento del espíritu y es de lo que está bien dotado el muchacho.
Salud
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