Habréis leído o visto días atrás la información sobre cómo
en diversos hospitales infantiles del país los niños llegan al quirófano a bordo de
un coche descapotable teledirigido. Es una manera
genial de ahuyentar el estrés y el miedo ante una situación que, si para un adulto
es anómala y un tanto angustiosa, para un niño puede ser bastante terrorífica:
porque es desconocida, porque intuyen el riesgo, porque se les separa
momentáneamente de sus progenitores, quienes significan confianza y protección.
Ir al quirófano jugando y distraídamente, conduciendo uno de esos coches que
tanto estimulan la imaginación infantil, es sin duda mucho mejor que hacerlo en
tensión, tumbado sobre una camilla.
Se agradece mucho la sensibilización de la gestión de las
prácticas hospitalarias, la verdad. Sobre todo con los niños. Quitar hierro al
asunto. Buscar el terreno natural para ellos, que es el juego y la imaginación. En Sant Joan de Deu, en Barcelona, el tierno
dinosaurio robótico Pleo ayuda también a los pequeños pacientes a pasar
distraídos y relajados las horas previas
a la operación. En el Hospital Infantil de Zaragoza, habitaciones decoradas por
Believe in Art y sesiones de cuentacuentos y payasos ayudan a suavizar la dura
rutina hospitalaria.
Daniel ha tenido pánico durante muchos años a las visitas
médicas, sobre todo si eran en el hospital. Y ha tenido un pánico casi incontrolable a
las camillas. Cuando tenía seis años tuvieron que operarle los aductores para
intentar corregir una subluxación de cadera. Claro que lo peor fue que al
cabo de un tiempo la cadera volviera a luxarse, pero también ha
sido muy doloroso ese horror continuado e histérico a las camillas, que denuncia el terror
que debió pasar un niño con parálisis cerebral, desorientado, desubicado,
tendido sobre una camilla, por los pasillos y salas previas al quirófano. A su padre le
negaron reiteradamente el que pudiera acompañarle, pese a su empeño en que lo dejaran pasar, cubierto con escafandra o como fuera, hasta el punto y minuto posibles más próximos a que se durmiese. Y
no fue la única experiencia de este estilo por la que hemos pasado, pero sin
duda sí que ha sido la más traumática. Aunque, con el tiempo las cosas han cambiado, hay que decirlo
también, y en las últimas ocasiones de visitas o estancias hospitalarias ya se
ha escuchado más a la familia, se la ha dejado colaborar con los profesionales, han flexibilizado algún protocolo, porque como dijo un médico en una de ellas, en estos casos quiénes
mejor saben afrontar la situación, de manera que las cosas sean más fáciles para todos, son los padres.
Así que un hurra por las prácticas
hospitalarias empáticas, y el deseo de que se generalicen y arraiguen fuerte.
Gracias.
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